lunes, 14 de octubre de 2013

Contradicciones

“Una rosa no es algo que eclosiona, se abre y muere. Esa es una descripción pedagógica. Un análisis que mata a la rosa. Una rosa no son estados sucesivos. Una rosa, es una fiesta un poco melancólica.”
Carta a Nelly de Vogüé [Orconte, diciembre 1939]

Era perfecta. Preciosa. Resplandecía y fascinaba a quien pudiera verla. Desprendía un aura atrayente que invitaba a aproximarse para admirar su belleza. Confiadas, se acercaban las moscas a la miel, convencidas de que tal perfección no podía entrañar peligro. Pero era un aura engañosa. En la cercanía mostraba sus garras, tarde ya para las presas, que siempre acababan heridas.

Yo fui una de ellas, sólo una más en una larga lista. Algo especial, eso sí. Mi alta tolerancia al dolor me permitió acercarme sin notar los pinchos, que con el tiempo causaron profundas llagas estoicamente soportadas. Así pues, pude conocerla con mayor detalle, estudiar con más intensidad a aquella mujer extraña que vestía un halo de dulzura y destrucción.

Toda ella era una contradicción. Estados opuestos coexistían en armonía. Desprendía un entusiasmo ilusorio que se diluía en crisis depresivas, usaba alegría para esconder tristeza. Algo así como una fiesta melancólica. Cuanto más risueña se mostraba, mayor era su desaliento. Siempre había gente que se moría por estar con ella, pero su presencia enrarecía el ambiente y terminaba por deprimir al séquito.

La vida y la muerte convivían en su existencia. Jugaba impávida con combinaciones imposibles de drogas y excesos, consciente de andar de puntillas en la cuerda floja. Pero no le importaba. Sólo se sentía viva cuando experimentaba con la muerte. La Parca se respiraba en cada uno de sus poros.

Siempre supe que acabaría así. Visualicé la escena millones de veces en mi cabeza. Yo frente a ella pretendiendo decirle adiós. Sin embargo no era capaz de imaginar cómo le explicaría lo que para mí representaba.

E inevitablemente llegó el momento. Yo frente a ella diciéndole adiós. Pero expresarme fue más fácil de lo que pensé. Compré una rosa roja. Preciosa, vital y alegre; de espinas afiladas, recién arrancada y con destino trágico. Y sin necesidad de palabras, la dejé caer en su tumba, junto a su sobria lápida de mármol rojo.