domingo, 26 de mayo de 2013

Basado en hechos reales

¡Será cínico! “Por encima de sus posibilidades”, dice el tío. ¡Decidido! Me levanto y le llamo sinvergüenza y le hago la peineta y le pego un zapatazo... Detecto la mirada “no-la-líes” de la directora, sentada al otro extremo de la clase y se me frenan las piernas. Sosiégate, Elena, tienes mucho que perder. Pero, ¿cómo permitimos que estos “expertos” den lecciones a los chavales? ¡Ellos! El lobo cuidando a las ovejas. Desde detrás de su corbata y por debajo de la gomina lanza ideas de catálogo. “Responsabilidad”, “compromiso”, “oportunidades”, “solidaridad”. ¡Hasta aquí! ¡Yo me largo! Me levanto con furia ante la sorpresa del ponente y mientras desfilo por el pasillo, una idea me martillea. ¿Y si...?[1]

Queridos lectores, los medios nos manipulan. Convertidos en fieles loros de repetición, consumimos escándalos al ritmo que nos marcan. Esculpen nuestra opinión y fabrican nuestros debates. Hoy todo son desatinos: paro, bajadas de sueldo, precarización. Recortes sociales, inyecciones a bancos, privatización. Paraísos, fraude a gran escala, corrupción. Pero seguimos cual corderos a los pastores de la opinión, escribiendo el guión de nuestros diálogos: el bigotitos, los papeles, secesiones, los idiomas, tauromaquia. ¿Quienes son esos pastores? Queridos lectores, son los mismos. Los que despiden, bajan sueldos, precarizan empleos. Provocan recortes recibiendo inyecciones. Los que defraudan y corrompen. El poder y la información, en las mismas manos. Como ciudadanos, ¡seamos críticos! ¡Informémonos! ¡Unámonos! Una idea me martillea. ¿Y si...? [2]

Una vez más la tiene delante. La señora Ibars, con sus 82 años, sorda y casi ciega, guiada por su nieto. Coloca sobre la mesa sus papeles arrugados. El director del banco no necesita mirarlos para saber que, bajo un título pedante, contienen la descripción indescifrable de una participación preferente. Una vez más el señor Bustos tiembla, suda, flojea. Ella es la imagen de sus pesadillas, el azote de su conciencia. Ha intentado escudarse en todo: la presión del jefe, la irresponsabilidad de la gente, la impotencia del mandado. Nada de eso sirve para auto-engañarse. La señora Ibars le desarma: “Usted me ha engañado”. El señor Bustos sólo quiere huir, desvanecerse, terminar. De repente, una firme decisión le golpea y ya empieza a sentirse mejor. “Nunca más”. Y mientras desfila por el pasillo, una idea le martillea: “¿Y si...?” [3]

¡Mierda! Ya he llegao tarde. Ahora el niño se pondrá atacao con las noticias. Si es que ni sé pa qué las ve, si sabe que se altera. ¡Bueno, el Barbas! Con esa cara de faltarle un aire. Sólo oigo frases sueltas, porque el Miguel ya da voces por la casa. Bankia, crédito, Rato, confianza, adornado con la imagen de la campana. “Que estoy hasta los huevos”, calma Miguel. “Que me uno a los piquetes”, que no sirve de , Miguel. “Que salgo y lo quemo todo”, que te nublas, Miguel. “Que yo ya no puedo, mama”... Ni tiempo ma dao de decirle más. Con cara de idea de bombero, ya desfila por el pasillo gritando “¿Y si...?” [4]

“¿Y si nos unimos? Personas diferentes con un objetivo común. Debate, propuestas, empoderamiento y consenso. Muchas ganas de trabajar y pocas de resignarse. Seamos la mayoría ruidosa." [5]

[1] La Generalitat i els principals bancs promouen l'educació financera a les escoles catalanes
[2] ¿Quién está detrás de los medios de comunicación en España?
[3] Ciega, sorda y engañada por las preferentes
[4] Comparación del rescate a Bankia
[5] Un frente contra los abusos de la banca

martes, 21 de mayo de 2013

PFD y Andrea (1 y 2)

Hoy, La Fábrica de Relatos se estrena en Microrrelatos al por mayor (de Luisa Hurtado), con dos micros inspirados en dos fotografías de José Luis Rafael publicadas en Palabras, Fotos, Días (PFD). Ha sido una muy buena experiencia participar en este estupendo blog que sin duda os recomiendo. ¡Espero que os gusten!


Exhiben resignadas su fragilidad y perfección. Soportan flashes insistentes, dedos acusadores y miradas indecentes. Tiemblan imperceptiblemente al llamar la atención de algún comprador dispuesto y se alegran con crueldad si es otra la elegida. Cuando baja la persiana suspiran aliviadas celebrando en silencio su buena ventura.
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Posa un dedo en su mejilla. “Esta es por tu padre, porque a veces me cabreaba. Estas dos, por todos los besos que le daba al perdonarle. Las de aquí, son de aquel tiempo en que reía tanto. Esta es de tristeza por la muerte de mi abuelo.” Sonríe ufana y los surcos se subrayan. “Cada arruga, cada grieta, es un momento de mi vida. Todas juntas son mi historia”

sábado, 18 de mayo de 2013

Robert


“Vete, vete ya, adiós, que te vaya todo muy bien, olvídame, ya no hay nada que decir”. Es lo único que pude conseguir. Entonces me fui solo. Solo. Ella también se quedó sola. Al final del camino me giré para verla por ultima vez. Ya no estaba.

Rememoro la escena mientras me observo en el espejo. Un anciano pesaroso y derrotado me devuelve la mirada.

El ceño fruncido. Un surco más profundo por cada intento de entenderlo. Aquella noche de 1940 empezó mi condena. Una y otra vez intenté suponer lo que había sucedido, adivinar porqué se había acabado, deducir cuáles eran las razones. Jamás pude confirmarlas, pues su familia partió y nunca más volví a ver a Mary. En la plantación murmuraban que se habían mudado a Chicago, donde habían montado un pequeño negocio familiar. Circulaban todo tipo de rumores: herencias, robos, mafias, trabajos sucios.

El pelo blanquecino. Una cana por cada intento fallido de olvidarla, por cada empeño frustrado de rehacer mi vida. ¿Cómo podía haberme dejado una huella tan profunda? Éramos jóvenes, dinámicos, con infinitas opciones de cambiar de rumbo. Fueron las dudas, me obsesionaron las sospechas, me enloqueció la ignorancia.

Los ojos tristes. Una capa amarga por cada lágrima reprimida. Aquella noche perdí a Mary sin más explicación que el silencio. Y con ella, la alegría, la vitalidad, el ímpetu, la juventud. Me convertí en un chico mustio y taciturno. Seguí con mi vida. O sólo lo intenté. La vida que se espera del hijo del amo y, más tarde, la que se espera del patrón. Estuve con otras mujeres. Me casé. Tuve hijos. Trabajé. Heredé la plantación. Pero todo lo hice de puntillas, con desgana. Estuve con ellas por despecho. Me casé por decoro con una arpía superficial de buena familia. Tuve tres hijos varones que nunca me inspiraron la menor ternura. Trabajé aquellas tierras que jamás sentí mías. Heredé la plantación y la empujé a la ruina, arrastrando en el proceso a familias enteras, incluida la mía.

Las densas ojeras. Una capa oscura por cada noche en vela. Vivo sólo, en la miseria, luchando por sobrevivir en una realidad que aborrezco.

El ceño, el pelo, los ojos, las ojeras, hablan de abandono e incomprensión, de preguntas y sospechas, de tristeza y apatía, de penuria y soledad. La odio por ello y la sigo queriendo. No a la Mary de 1990. A ella no la conozco, ni siquiera sé si existe. Quien me obsesiona es la hija del capataz, la veinteañera mona y lista, vital y risueña. Aquella Mary que permaneció en mis recuerdos y ensombreció mi historia.

martes, 14 de mayo de 2013

Nanorrelatos: lipogramas

A
Mamá apaga la lámpara, “hasta mañana”, marcha calmada. Shhh. Allá cantan las hadas malas. Machacan y dan patadas, matan almas fracasadas. Shhh. Calla, calla. Nada para a las hadas malas.

E
El bebé de enfrente pretende envejecerme de repente:
- ¡Cese ese nene, leñe! ¿Le reprende?
- Déjele, demente. En breve crece.

I
Insistí: “¡Mi fin! Vivid sin mí” Y Mindy, Cris y Tim, sin fingir: “¡Chinchín!”

O
Con ojos llorosos soporto el bochorno. Todo borroso. Los gozos rotos, dolor forzoso. Vosotros, dos tórtolos, yo solo. Hoy corto con todo, voy por cloroformo.

U
Tú. Luz, gurú, súmmum vudú. Tú, cruz. Tú.

lunes, 13 de mayo de 2013

Mary



La luz blanca del porche parpadea insistente. Contrasta con la espesa negrura de la noche en los campos de Nueva Orleans. Las cortinas entreabiertas de la ventana frontal sugieren espectadores, pero ninguno propone buscar intimidad. Es habitual que a estas horas se vigile de cerca la decencia de las hijas.

A pesar del calor, Robert viste pantalones gruesos y calza zapatos cerrados. El hijo del dueño siempre debe demostrar su estatus cuando merodea por sus dominios. Se apoya en la repisa tan cerca como puede. Le marco las distancias, pero la curiosidad del vecindario me obliga a tenerle más cerca de lo que quisiera para poder entender sus susurros.

¿Porqué?¿Cómo?¿Desde cuándo? Desesperado, me lanza estas preguntas una y otra vez, con su mirada inquisitoria y desconcertada. Con la mano en el pecho intenta calmar su dolor. No puedo responderle y esquivo sus dudas y sus miradas, en un intento de mantener la dignidad. Porque sí. Ya no te quiero. Desde hace tiempo.

¿Qué hacemos?¿Cuánto?¿Cómo? Momentos antes, mis padres deambulaban por el salón. Trajinaban satisfechos haciendo cuentas e imaginando vidas. Salió bien, repetían, salió bien. Yo, confundida, orgullosa, utilizada, asustada. Aún faltaba lo más difícil, enfrentarme a él, darle explicaciones. Pero era mucho dinero. Lo gastaremos. Todo. En librarnos del yugo.

Supe que Robert vendría. Una carta no es la manera más elegante de acabar una relación, ni siquiera a los veinte años. Ante la posibilidad de que entrara en casa, escondimos el sobre. Para Mary, rezaba el frontal. En su interior, dos razones convincentes para dejar a Robert. La primera, una carta de sus padres, plagada de sutiles insultos y encantadoras sugerencias. La segunda, más convincente si cabe, 5000 dólares. Dos condiciones: abandono y silencio.

Cuando conocí a Robert, sabía que acabaríamos juntos, por difícil que pudiera parecer. El hijo del patrón y una humilde trabajadora. Casi como en los cuentos, pero con premeditación y alevosía. Habíamos analizado sus movimientos, estudiado sus gustos y calculado los detalles.

Desde que el padre de Robert heredó la finca, mi familia vivía en la miseria, trabajaba sin descanso y soportaba su tiranía. Un amo y señor, un déspota. Mi padre juró que nos sacaría de ese agujero y nos libraría de su opresión.

Bajo la luz blanca, en la noche de Nueva Orleans, apoyados en el porche, el corazón de Robert se resquebraja y yo aguanto el tipo, segura de que es el último paso para escapar. ¿Porqué?¿Cómo?¿Desde cuándo? Desesperado, me lanza estas preguntas una y otra vez. Porque sí. Ya no te quiero. Desde hace tiempo.