viernes, 12 de abril de 2013

Secreto de confesión

Observa distraído las paredes de su celda. A diario desde los últimos doce años rememora la escena, conservando intacto el odio hacia el hombre que le empujó entre rejas.

– Ave María purísima.
– Sin pecado concebida.

El eco era inevitable en la inmensa iglesia vacía. La modernidad estaba a menudo reñida con los preceptos cristianos. Pero el joven padre Andrés mantenía su pequeña parroquia con obstinación. Creía en sus votos y seguía a rajatabla el mandato de Dios.

– Dime hijo mío, ¿cuánto hace que no te confiesas?
– Años. Siglos, quizás.

La reja del confesionario le permitía al cura intuir a un cuarentón calvo, de aspecto descuidado y mirada inquietante.

– Y, ¿qué faltas te atormentan?
– Un poco de todo, padre. Soy perezoso, me encanta comer, envidio a mi vecino y me vanaglorio de mis logros. Ofendo a Dios y no voy a misa. Tengo constantes pensamientos obscenos y cometo actos impuros siempre que se dejan.

De voz grave y pausada, melodiosa, casi hipnótica, confesaba sus faltas como recitando un poema. No hacía falta ser un experto psicólogo para darse cuenta de que era una persona enferma. Pero la reja que les separaba daba seguridad al padre Andrés, ya que era el mismo Dios quien la protegía.

– Pero no vengo a confesar esas banalidades, padre. Hay algo más. La he matado.

El corazón le dio un vuelco y empezó a palpitar sin control. Dios mío, un asesino. Jamás se había encontrado en una situación en la que el deber de ciudadano y el secreto de confesión chocaban tan frontalmente. Ante el silencio del mosén, siguió confesando.

– Se lo había prometido todo, pero sólo deseaba sentir el poder de decidir hasta cuándo podría seguir viviendo. Esa autoridad me excitaba, padre. Y esta mañana me he decidido. He visto el horror en sus ojos y he disfrutado con sus berridos. Sólo Dios sabe qué se siente al tener la vida de otra persona en tus manos, por eso he venido a contárselo.

El cura estaba paralizado, martirizado por la duda. La barrera también le daba al demente el poder de hablar con Dios, sabiendo que sus palabras se perdían en el cubículo.

– Y ahora que he probado qué se siente, necesito continuar, buscar más víctimas.

La decisión golpeó la conciencia del confesor. Este tipo se podriría en la cárcel pagando por sus pecados. Se levantó con firmeza cuando el chiflado lanzó una última aclaración.

– Pero ella siempre será especial. Adela Comas, primera víctima del verdugo de doncellas.

Y eso es todo lo que recuerda mientras observa distraído las paredes de su celda. Rellenó sus lagunas con el auto policial. “Estrangulamiento y ensañamiento post-mórtem con crucifijo de plata”. El padre Andrés se reencontrará en el infierno con el psicópata demente que le quitó a su hermana.

6 comentarios:

  1. ¡fantastico relato! ¡Esta genial!

    Un saludo.

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    1. Gracias Javier! Me alegro de que te haya gustado :)))
      Un abrazo!

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  2. Hola Andrea,

    Perdona que no me haya pasado por aquí antes, he estado muy muy liado...

    ¡¡ Dios, Dios y ReDios !! Que giro argumental a falta de un parráfo. Solo tu puedes hacer estas cosas.

    Me estaba pensando varios finales "Alternativos" antes de acabar, y me saltas con que había matado a su hermana... Andrea, simplemente genial.

    Sigue siempre así.

    Un abrazo Fabricadora de Historias.

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    1. Jajajajaja UTLA! Me ha encantado lo de Dios y ReDios xDDD

      Yo también voy de culo y no me paso ni por mi blog!! ¬¬ Mu mal!

      Genial entonces si el final te ha pillado por sorpresa! Aunque creo que no conseguí del todo el efecto que quería. Mi intención era sugerir al lector que el primer párrafo lo cuenta el pirado y no el cura como se ve al final. Pero vaya, la limitación de una página que nos ponen en el curso no me daba para más XDDDD

      Un abrazo y muchas gracias por tus comentarios!!!

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