viernes, 1 de noviembre de 2013

¡Bla!

Palabras. La casa estaba llena de ellas. Flotaban despreocupadas adueñándose del silencio. Se pronunciaban a todas horas, de todos los tipos. Unas eran vacuas y ligeras; otras, las menos, dulces y agradables; las más, insolentes y chillonas. Éstas últimas dominaban descaradas los diálogos del ambiente, parapetadas entre férreos signos de exclamación que les daban cobijo.

Así, los parloteos se hacían cargantes, y las disputas eternas. El más inocente intercambio silábico se tornaba en gritonas mayúsculas que invadían la charla.

Fue así como, con el paso de los años, y sin que nadie se diera cuenta, las palabras indelebles se adueñaron del espacio. Lo que comenzó siendo un pequeño detalle sin resolver se transformó en un problema ingente sin solución. Los vocablos estridentes se amontonaban conquistando el lugar.

La irrupción de expresiones chillonas provocó que los que allí habitaban dejaran primero de verse, luego de oírse y finalmente de escucharse. Hasta que, poco a poco, a pesar de hablar a diario, la comunicación se perdió entre líneas.

Un día, sin más, no pudieron entrar. La casa estaba tan abarrotada de fervientes razonamientos, juicios inamovibles y tiras y afloja que no cabía nada más. Sin palabras, desolados, desistieron, dieron media vuelta y se marcharon en el más absoluto de los silencios.

lunes, 14 de octubre de 2013

Contradicciones

“Una rosa no es algo que eclosiona, se abre y muere. Esa es una descripción pedagógica. Un análisis que mata a la rosa. Una rosa no son estados sucesivos. Una rosa, es una fiesta un poco melancólica.”
Carta a Nelly de Vogüé [Orconte, diciembre 1939]

Era perfecta. Preciosa. Resplandecía y fascinaba a quien pudiera verla. Desprendía un aura atrayente que invitaba a aproximarse para admirar su belleza. Confiadas, se acercaban las moscas a la miel, convencidas de que tal perfección no podía entrañar peligro. Pero era un aura engañosa. En la cercanía mostraba sus garras, tarde ya para las presas, que siempre acababan heridas.

Yo fui una de ellas, sólo una más en una larga lista. Algo especial, eso sí. Mi alta tolerancia al dolor me permitió acercarme sin notar los pinchos, que con el tiempo causaron profundas llagas estoicamente soportadas. Así pues, pude conocerla con mayor detalle, estudiar con más intensidad a aquella mujer extraña que vestía un halo de dulzura y destrucción.

Toda ella era una contradicción. Estados opuestos coexistían en armonía. Desprendía un entusiasmo ilusorio que se diluía en crisis depresivas, usaba alegría para esconder tristeza. Algo así como una fiesta melancólica. Cuanto más risueña se mostraba, mayor era su desaliento. Siempre había gente que se moría por estar con ella, pero su presencia enrarecía el ambiente y terminaba por deprimir al séquito.

La vida y la muerte convivían en su existencia. Jugaba impávida con combinaciones imposibles de drogas y excesos, consciente de andar de puntillas en la cuerda floja. Pero no le importaba. Sólo se sentía viva cuando experimentaba con la muerte. La Parca se respiraba en cada uno de sus poros.

Siempre supe que acabaría así. Visualicé la escena millones de veces en mi cabeza. Yo frente a ella pretendiendo decirle adiós. Sin embargo no era capaz de imaginar cómo le explicaría lo que para mí representaba.

E inevitablemente llegó el momento. Yo frente a ella diciéndole adiós. Pero expresarme fue más fácil de lo que pensé. Compré una rosa roja. Preciosa, vital y alegre; de espinas afiladas, recién arrancada y con destino trágico. Y sin necesidad de palabras, la dejé caer en su tumba, junto a su sobria lápida de mármol rojo.

viernes, 23 de agosto de 2013

De la cordura y otros delirios

Poderosa.
Trato en vano de dominar su fuerza que gobierna cada uno de mis sentidos.
Lucho audaz intentando liberarme de sus neuras y locuras.
La calmo, la arropo.
“Ya, ya…”
Pero allí está ella, negándose a razonar y blandiendo el arma de la demencia.
Es inútil, siempre acaba arrastrándome irremisiblemente a compartir quimeras.
El miedo. Es su favorito.
Me lo inyecta en cada poro y me contamina el alma, que cierra oídos a los argumentos y abre ojos al acecho.
Cualquier pista: un rumor, un destello, una imagen.
Activan sin remedio un complejo mecanismo de defensa.
Palidezco; me duele; me mareo.
Transforma la realidad en un escenario esperpéntico de sombras y negruras.
Lóbrego.
Borroso.

Ella misma es quien me salva.
Cuando decide que ya, que me ha visto sufrir bastante, que ha saciado su crueldad.
Entonces me calma, me arropa.
“Ya, ya…”
Un atisbo de colores.
Se redefine el mundo y se calma mi pulso.
Y vuelvo a la normalidad, repetitiva e insípida, pero tranquila y confortable.
Ella sonríe sabiéndose importante.
Se retira, satisfecha, al rincón de pensamientos, a la cueva de recuerdos y almacén de sensaciones, segura de haber ganado otra batalla, imponiéndose nuevamente a mi lado reflexivo.

martes, 13 de agosto de 2013

Reflexiones de una mujer invisible

Tenía esa habilidad. La de hacerse invisible. Aunque ella no la habría llamado habilidad. Más bien desventaja, lastre, desgracia. Porque ella no quería ser invisible, quería ser normal.

Había que admitir además, que no controlaba su don. Desaparecía cuando menos lo esperaba y se tornaba obvia cuando quería huir. Al menos así lo percibía ella desde su inseguridad de contornos inestables.

Cuando intentaba integrarse entre un grupo de gente, poco a poco sus formas se descolorían hasta desdibujarse por completo, presenciando conversaciones enteras sin que nadie recordara que alguna vez hubo alguien allí. Sus músculos se contraían haciéndola más y más pequeña hasta que, humillada, abandonaba su empeño por encajar.

Si alguna vez, entre el primer indicio de pérdida de color y la última forma transparente, tenía el valor y el tiempo suficiente de articular dos, tres palabras a lo sumo, el proceso de desvanecimiento se detenía en seco. Y allí se visualizaba, como si no fuera ella la que había murmurado, en el centro de la charla, con cientos, miles de pares de ojos clavados sobre ella, que se preguntaban desde cuando había alguien allí. También en estos casos, sus músculos se contraían haciéndola más y más pequeña. Pero su contorno no se diluía en el ambiente, cosa que le habría encantado. Sus líneas se subrayaban en gruesos trazos que permitían visualizarla desde el otro lado del cosmos. Quieta, callada, esperando a que el mundo se olvidara de su presencia mientras se recriminaba “porqué habré dicho esa memez”.

Y así pasó la vida, queriendo estar presente cuando se desvanecía y desaparecer cuando era obvia. Hasta que lo conoció. El brujo sabio de grandes consejos. Fue por casualidad, por un alguien de otro alguien. La esperaba con sonrisa afable y orejas dispuestas. Y en su presencia, ella logró explicarse sin temor, con formas concretas y músculos estables.

– Tus líneas son demasiado endebles – concluyó tras una larga observación– . El cuerpo es sólo la personificación del alma. Y la tuya está débil y vacía.

Abrió uno de sus armarios, y mientras sacaba la pluma más bonita que ella jamás hubiera visto, murmuró:

– Medita, inventa, construye. Observa a tu alrededor, contempla el mundo. Escucha a las personas y analiza su alma. Experimenta, olvídate de tus miedos. Y sobre todo, observa desde tu propia óptica tu vida, tu identidad y tus sueños. Y con todo ello, usa esta pluma para definir tus trazos a la vez que defines tu esencia.

Empezó tímidamente, escribiendo reflexiones con caligrafía insegura en el contorno de un pie. Pero con el tiempo la comodidad se adueñó de ella y con líneas precisas escribió historias, sentimientos, experiencias, sueños, suposiciones y cuentos. La pluma era una extensión de su mano y la tinta fluía para delinear siluetas.

Al cabo de un tiempo, sin previo aviso, la pluma se secó. Asustada, acudió al consultorio del brujo para pedirle un cartucho nuevo. Pero ni había brujo ni consultorio, ambos se habían desvanecido dejando sólo una nota que decía: “Tu alma está ya tan definida como tu figura. Fin del conjuro”.

Perdió su “don” de transparencia. Sus fuertes rasgos contaban historias de sabiduría y destreza y no encogían ni se evaporaban. Dejó de usar la pluma para dibujarse, pero su esencia continuó perfilándose al tiempo que trazó su destino.

domingo, 21 de julio de 2013

La casa de los ventanales blancos

Hoy os presento un post especial. Es mi colaboración en el blog Tus ojos en mi cogote de Akaki y Petra. Cada mes, Akaki empieza un relato inspirado en una pintura, dos colaboradores invitados lo siguen y Petra lo finaliza. Ha sido todo un honor y un placer participar en el blog de estas dos máquinas literarias. ¡Muchas gracias por invitarme!

Este mes, el relato se titula 'La casa de los ventanales blancos', inspirado en 'La tormenta' de Eduard Munch.
 
Aquí podéis leer los dos primeros capítulos de un relato intrigante donde los haya. Y a continuación, mi aportación. La semana que viene, Petra nos contará cómo acaba esta inquietante historia.


Capítulo 3


Una gélida brisa se apoderó del ambiente, a pesar de que, sólo unos segundos antes, el árido clima de la zona acaloraba a los curiosos.

Los tres amigos observaban fascinados, atónitos, tiesos, lo que los ventanales les mostraban y eran absolutamente incapaces de apartar los ojos de aquel brutal espectáculo.

Javier se fijó en las luces. Parpadeaba cegado siguiendo la estela fluorescente. Un juego de luces y sombras que aportaba a la escena apariencia de representación teatral. Y sin embargo parecía bien real. Y él, intrépido y atrevido, sintió el pánico en sus venas y la parálisis en sus músculos. Aún así tuvo el arrojo de aparentar serenidad.
- Coño, qué mal se va a ver esto en las cámaras, no me van a dar un duro.

Iris advirtió el tufo. Sus ojos poco podían decirle pues el parpadeo de incredulidad y la cortina que formaba con sus dedos convertían la visión en una sucesión de imágenes fijas e inconexas. Sería el miedo, pero sus pulmones se llenaron de ese aire espeso con hedor indefinido.
- Esteban – le susurró al oído –, huele a infierno.
Le aferró la mano y decidió que jamás la soltaría.

- ¿Qué mierdas es ese ruido? No me hace ni puta gracia, tíos – gritó Esteban por encima del estruendo. Su mandíbula temblaba y, a diferencia de su amigo, no luchó por ocultarlo. Un bullicio espeluznante, cóctel de aullidos, gritos y quejidos se les metió por el tímpano y se trasladó por la médula, poniendo de punta hasta el último vello de sus cuerpos.

Desde aquel nuevo ángulo, la visión era mucho más amplia de lo que habían observado en los vídeos de Youtube. Parecía que la “obra” se representara para ellos, y apreciaron escenas que los otros asistentes, desde el otro lado, jamás podrían ver.

En un momento de lucidez, Javier decidió levantarse a comprobar los monitores.
- ¡Me cago en la puta! ¡Pero si aquí no se ve nada! ¿Me oís? ¡Eo! ¿Me…?

Tan centrado estaba en la imagen fija que mostraban las pantallas que no se dio cuenta del cambio en la casa. Pero cuando miró a sus amigos para comprobar porqué no se interesaban lo más mínimo en aquello que le haría perder un buen puñado de euros, vio sus miradas perdidas, con una expresión aún más aterrada que la que habían tenido hasta ahora. Javier volvió la cabeza hacia las ventanas y el miedo le empujó hacia el suelo.

Esteban se congeló con ojos desorbitados. Iris volvió la cabeza y se aferró con más fuerza a su mano inmóvil. Javier luchó contra el impulso de salir corriendo con todas sus fuerzas.

Las ventanas se habían abierto de par en par. La visión entera se volvió hacia ellos. Pasaron a ser parte del espectáculo. Se convirtieron en presas.

Eran las 00:00 y el tiempo se había detenido en la explanada solitaria.

jueves, 18 de julio de 2013

Nanorrelatos enlazados: el miedo

Miedo infundido o el melodrama del día a día
¡Hernández! Más dramatismo, coño, que esto parece un informe. Dale sentimiento, añádele un toque trágico. Si hace falta, un par de muertos. Ya sabes qué dice el jefe. Deben quedar muy claros los peligros de destacar.

Miedo a plantarse o virgencita que me quede como estoy
No lo veo claro, Ordóñez. ¿Tú no lees los periódicos? Despuntar es convertirse en el blanco. Ya sé que el cambio de turnos es una putada, pero mejor será que nos quedemos calladitos y conservemos nuestro puesto. Tal como están las cosas…

Miedo a actuar o en boca cerrada no entran moscas
Me alegro de que te hayan hecho entrar en razón. Tú calladito, cariño, estás más guapo. Tu jefe preferirá nuevos trabajadores mansos antes que a los viejos rebotados. Las huelgas no sirven de nada, te lo he dicho mil veces. Que las hagan los que se las puedan permitir.

Miedo al futuro o la caja intimidatoria
Buenas noches. El paro aumenta por doceavo mes consecutivo situándose en la cifra récord de seis millones y medio. Los estudios reflejan que los más afectados son los jóvenes y los mayores de cincuenta. El presidente de la patronal propone medidas: flexibilizar el empleo.

Miedo al no-futuro o cómo ser un hombre de provecho
- ¿Cómo vas a estudiar eso, Juan Luis? ¿No ves que no tiene futuro? – Es lo que me gusta, mamá. Lo que me hace feliz. – Lo que te hará feliz es tener pan para comer. Olvídate de memeces y estudia algo de provecho o irás directo a la cola del paro.

Miedo a ser uno mismo o cómo disfrazarse de “normalidad”
“¿Yo? Económicas” respondió Juan Luis cuando Pedro le interrogó en el patio. Anticipándose, prosiguió, “porque tiene salidas”. Pero aún más delatora fue la réplica silenciosa con que recibió la siguiente inquietud. “¿Pero eso te gusta?”

Miedo al atrevimiento o cómo malgastar una vida
“Odio este trabajo”, pensaba Rafa cada día de su amarga existencia. Lo había probado todo: implicarse más, desentenderse, no agobiarse; deporte, libros de autoayuda, cursos de taichí; flores de Bach, ansiolíticos, drogas... Jamás se había planteado cambiar de trabajo. “¡Si hombre! A buenas horas…”

Miedo a los valores ajenos o el perro del hortelano
Es un trabajo de mierda, pero tiene claro lo que tiene que hacer. “Pero a ver, chata… ¿banca ética? Eso es como decir inteligencia militar” y emite una carcajada socarrona ante su propia ocurrencia que, por otro lado, ni siquiera es suya. “Te lo digo yo, la banca es un negocio, no una ONG y quieren beneficios, como todos”.

Miedo a posicionarse o cómo convertirse en ancla
“¡Qué ilusa!”, “No sirve de nada”, “Pierdes el tiempo”, “Esto sólo se arregla con violencia”, “¿Estos? Aquellos sí que son malos”, “¿Habéis conseguido algo?”, “¡A pico y pala os ponía yo!”, “Deberíais hacer esto y lo otro”, “¡Vándalos, perroflautas!”.

Miedo a la rebelión o un estado policial del s.XXI
Agentes, ¿están en sus puestos? Aguardaremos a una reacción mínima. La orden es dispersar. ¡Como sea! Utilicen su uniforme, impongan. La porra en alto. Bien visible la escopeta. Y si es necesario disparar, ¡disparen! La consigna es alta y clara: aterroricen a los presentes, que no les queden ganas de volver.

Miedo al pensamiento crítico o la maquinaria propagandística en marcha
Ya han oído las declaraciones del ministro de Interior. Se actuará con contundencia contra los antidemócratas que, bajo el amparo del derecho de manifestación, pretenden boicotear la estabilidad política del país y perjudicar la marca España. En otro orden de cosas, destapado un nuevo caso de corrupción en las filas del ejecutivo.

Miedo al cambio o estos son los míos
¡Que no! Que no me convences, niña. Son unos chorizos, pero son los míos. ¿Y los otros? ¡Harán lo mismo o peor! La ocasión hace al ladrón. ¿No lo has visto en la tele? Los políticos son así, mangantes. Así que más vale malo conocido…

Miedo a la verdad o la estafa de las palabras
Prometí máxima transparencia durante mi mandato y se está cumpliendo sin excepciones. Hemos hecho un desnudo de cuentas sin precedentes y tomaremos serias represalias contra cualquiera que insinúe lo contrario.

Miedo a las preguntas incómodas o cómo responder sin nada que decir
Atónito está el presidente ante la pregunta del periodista. “¿Por qué el ministerio de defensa vende armas a países en conflicto violando los tratados internacionales”, y una larga lista de ejemplos que harían saltar los colores de la conciencia más laxa. Pero él es un hombre preparado, se recompone y balbucea un discurso vacío, ensayado y pronunciado una y mil veces.

Miedo al propio miedo o cómo beneficiarse del terror ajeno
Queridos conciudadanos, nos encontramos en estado de shock. El ataque ha sido el más brutal de la historia del terrorismo en este país. Pero sabremos defendernos. Y para ello, necesitamos estar preparados. Cualquier correo electrónico puede ser sospechoso, cualquier carta una amenaza, cualquier llamada una conspiración. ¿Qué es perder un poco de intimidad al lado de salvar nuestra patria?


Se reúnen todos los años desde hace siglos. Antes que ellos fueron sus predecesores y previamente, los predecesores de sus predecesores. Entre humo de puros, sabor a coñac y sonrisas de autosuficiencia garabatean el devenir del destino sin el menor ápice de conciencia. Disponen el tablero cual juego del Monopoly y mueven las fichas a su antojo. Diseñan estrategias, confeccionan situaciones, dibujan la realidad. Todo ello bajo un mismo lema: el miedo. Es su aliado más fiel y lo introducen en el ADN de las naciones desde que el mundo es mundo. Una vez dentro, se convierte en cadenas que aprisionan, en muros que separan y en hilos que manejan. Y así queda todo dispuesto para el próximo año, en el que ellos, o sus sucesores, o los sucesores de sus sucesores, garabatearán el devenir del destino entre humo de puros, sabor a coñac y sonrisas de autosuficiencia. Sin el menor ápice de conciencia.

sábado, 13 de julio de 2013

Puro blanco

Este es un relato que escribí hace ya bastante tiempo (tengan piedad :P) para el concurso Todos Somos Diferentes, que fomenta la denuncia de realidades racistas y xenófobas.

Hace años que no vendo un cuadro.

Hubo un tiempo en el que mis obras eran conocidas mundialmente y mi talento, ampliamente reconocido. Conseguí pintar las más bellas escenas, reflejar rostros perfectos, plasmar sentimiento en mis lienzos.

Sobre mi paleta, miles de colores. Todos diferentes, todos necesarios. Sirviendo cada uno a un propósito. Mezclándose entre ellos para conseguir mil tonos nuevos.

No debí dejarme influir por los demás. Algunas personas a mi alrededor, envidiosas, intolerantes y malintencionadas, comenzaron a infundirme ideas negativas que terminaron por enredar mi razón. El primer objetivo fue el rojo.

- Evoca la desgracia, la ira, el terror. No deberías dejar que enturbiara tu obra.

Al principio me pareció una idea absurda. Pero con el tiempo comencé a creerlo y terminé pensando que tenían razón, y que el rojo no merecía estar en mi paleta.
Con el tiempo, los murmullos se dirigieron al amarillo.

- El amarillo tiene demasiado brillo, eclipsa al resto de colores. No deberías dejar que robe protagonismo al resto de tonos.

Nuevamente, pensé que el amarillo era esencial en mi obra, y que no estaba en absoluto de acuerdo con las acusaciones que contra él se lanzaban. Pero la insistencia y el tiempo, hicieron que finalmente el amarillo acabara siendo también desterrado.

Los ataques a colores se siguieron sucediendo, y después del amarillo vino el negro, por su sobriedad y el rosa por su palidez. El verde por simbolizar la envidia o el azul por su excesiva luz. El naranja, marrón, violeta, gris, …

El único color que las malas lenguas toleraban era el blanco. “Por sugerir pureza, luz, perfección.”

Hace años que no vendo un cuadro. Mis lienzos son completamente blancos. No son puros, ni luminosos, ni perfectos. Reflejan el vacío de la intolerancia.

viernes, 28 de junio de 2013

El mite de la caverna

El seu racó preferit. Sofà reclinable amb reposapeus expansible; manta elèctrica escalfant a nivell quatre; persiana automàtica totalment abaixada. I el més important de tot, televisió encesa i comandament a distància a l’abast.

La seva afició per la televisió havia començat de ben petita. Provenia d’una família benestant que disposava de molts medis econòmics i pocs medis afectuosos. Així, l’Amàlia va ser de les primeres nenes del col·legi a tenir un televisor en blanc i negre presidint el saló de casa seva. Els seus pares, amb poc temps i menys ganes, van descobrir que la compra era tota una salvació, ja que el nou aparell enlluernava la seva filla, d’altra forma obcecada amb rebre atenció constant.

I així va créixer l’Amàlia, fascinada per les possibilitats que aquella capsa màgica li oferia. Amb el temps, el ventall de canals, temàtiques, anuncis i programes es va disparar exponencialment i, d’igual forma ho van fer les hores que li dedicava. Passava el mínim temps imprescindible fora de casa. Primer, mentre estudiava i, més tard, quan treballava. Ho comprava pràcticament tot per Internet, de manera que no havia de perdre temps voltant pels decadents passadissos d’un supermercat.

L’Amàlia va conèixer el seu marit quan van topar amb el cotxe mentre ella tornava de l’oficina. Per ell, va ser una fiblada, havia trobat el que li va semblar l’amor de la seva vida. Per ella no va estar malament, i no pensava dedicar gaire temps a buscar més a fons. Amb el pas dels anys, ell va desistir d’arrencar la seva dona de la saleta d’estar i va acabar, primer per ignorar-la i, més tard, per abandonar-la.

Quan els pares de l’Amàlia van morir, no va ser un cop especialment fort per ella. Mai havien estat units i, tret de l’efímer sentiment de compassió natural per tractar-se de la seva única família, va proporcionar a l’Amàlia una herència que va difuminar la tristor ràpidament. No necessitava tornar a treballar.

Així, a l’edat de quaranta dos anys, va començar el confinament definitiu de l’Amàlia. Coneixia la programació de principi a fi, els noms dels concursos, sèries, productes, actors, presentadors, i qualsevol informació relacionada amb el món televisiu. De fet, es va convertir en el seu únic món. Concebia la seva realitat a partir de les notícies, calcava les opinions de les que sentia als debats del matí, reduïa la seva vida personal a observar la dels altres als shows de la tarda i feia dels serials de la nit el seu únic contacte amb la ficció.

Gaudia de cada moment que li proporcionava la petita pantalla i no suportava haver d’aixecar-se del sofà. Cuinar, menjar, netejar i alleujar les seves necessitats representaven per ella agòniques tasques que mai trobava el moment de fer. Per aquesta raó, va decidir reduir-les al mínim, contractant un servei d’assistència a la llar, habitualment utilitzat per persones grans o gent de mobilitat reduïda. I així va conèixer la Matilde, una noia cubana grossa però eixerida, que era incapaç de donar una passa sense cantussejar alegres melodies.

Al principi, el xoc de caràcters va ser més que evident. L’Amàlia necessitava silenci absolut i la Matilde no li podia donar, doncs creia que la señora lo que necesita es un poco de alegría. Però amb el temps, una va acostumar-se a les cantarelles de l’altra i l’altra a l’estatisme de l’una.

La Matilde va anar guanyant confiança i les seves molestes costums es van ampliar, recolzades per la poca predisposició de l’Amàlia a perdre el seu preat temps en buscar-li una substituta. Així, va començar xiuxiuejant tímids comentaris àcids sobre els programes de la tarda (teleporquería en deia) i va acabar llençant opinions subversives contra els debats matinals. Aquesta va ser la forma en que l’Amàlia va sentir, per primera vegada, opinions diferents a les que sortien a televisió i que ella considerava, “LA VERITAT”.

La cubana tenia un gran repertori de mentides colpistes i agitadores. “Este sistema no funciona”, “el capitalismo es injusto por definición”, “no existe la igualdad de oportunidades”, “tenemos que movilizarnos para cambiar las cosas”, “no se trata de una crisis, es una estafa de los poderosos”, i d’altres barbaritats maçòniques que només podia creure una persona provinent d’un país comunista. Adornava els seus arguments amb “cómo-puede-creerlo”, “debe-abrir-los-ojos” o “la-televisión-la-engaña”, cosa que com es pot inferir, encenia d’ira l’Amàlia.

Però encara va intentar anar més lluny. Al comprovar que la mestressa era incapaç de veure més enllà de la realitat que li projectaven les ombres de la televisió, va provar de demostrar-li que el que li explicava era veritat. Portava diaris, revistes i articles que parlaven de conceptes extraterrestres per l’Amàlia. Lluita social, injustícies policials, manifestacions pacífiques, corrupteles polítiques, negocis reials, bancs ètics i cooperació ciutadana. La Matilde defensava amb passió l’existència real d’aquestes idees.

Però la idea que argumentava amb més empenta que cap altra era l’abducció del pensament de la señora. Donava voltes sobre la seva incapacitat de veure més enllà de la realitat fictícia. Repetia un cop rere l’altre que vivia dintre de no-sé-quina caverna.

Veient que les seves argumentacions basades en dades reals no produïen cap efecte en el pensament de l’Amàlia, la Matilde va fer un últim intent desesperat: un tall decidit al cable de la televisió, que va passar en segons d’una cridòria insuportable a un silenci aclaparador. La mestressa va quedar perplexa i, contra tot pronòstic, va sortir de la saleta sense dir paraula. Va trastejar per tota la casa i, finalment, va obrir la porta principal i va sortir al carrer. Fascinada, la Matilde va córrer a veure l’espectacle de la señora respirant l’aire lliure. Però totes les il·lusions van ensorrar-se ràpidament en trobar-la vorejada dels trastos que la cubana havia acumulat a la casa durant els anys. Davantals, baietes, productes de neteja, faldilles i sabatilles s’amuntegaven al voltant de l’Amàlia que, amb veu ferma va dir: “No cal que tornis”.

La nova tele de plasma de l’Amàlia li ofereix una qualitat gràfica espectacular, i li permet partir la pantalla per a veure fins a quatre programes a la vegada. Té una nova minyona, l’Ània, una noia discreta i callada que només sap parlar el rus.

lunes, 17 de junio de 2013

Prólogo

Querido lector, el que tiene en sus manos no es un libro corriente. Es el más triste de la historia de los libros. Y también el más alegre. No es una historia real, pero es la más veraz de las historias.

José Arcadio Buendía nació marcado por su nombre. Su padre, un serio funcionario del ayuntamiento del pueblo, portaba su apellido sin pena ni gloria. Su madre, una atolondrada soñadora, deambulaba entre la fascinante ficción de las novelas que devoraba y la soporífera realidad de la familia que cuidaba. José Arcadio jamás comprendió cómo terminaron juntos y siempre albergó la sospecha de que el apellido de su padre y los gustos literarios de su madre tuvieron más peso del que una mente cuerda pudiera esperar. Así fue la tremenda alegría que invadió su casa cuando el primer retoño nació varón, José Arcadio, al que le siguió un segundo, Aureliano, y una niña, Amaranta, pudiendo así completar la “graciosísima” obsesión novelística iniciada con su nombre.

José Arcadio Buendía creció marcado por el empeño literario de su madre. Le atiborraba de libros y le incrustaba el sueño de ser un gran escritor de novelas. “Que sí, José Arcadio, que ya llegarán las ideas”. Cada noche, se sentaba frente a la hoja en blanco, primero con esperanzas y luego por costumbre. Pero las ideas no llegaban, pues era aburrido hasta la médula, en eso salió al padre. De casa a la escuela y de la escuela a casa. Y más tarde, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Su abanico de experiencias era tan escaso que ni siquiera podía inventarlas. Y así pasaron los años. Primero murió su padre, más tarde Amaranta por un catarro mal curado, partió Aureliano a una guerra absurda y finalmente, murió su madre perdida entre personajes que se le antojaban de lo más reales.

José Arcadio Buendía envejeció sentándose cada noche delante de la hoja en blanco. Y entonces, un día, pasó. En su tedioso trayecto del trabajo a casa encontró a una mujer rolliza con mejillas coloradas. “Úrsula, me llamo, soy nueva en el pueblo”. Qué cachondo es el destino, pensó José Arcadio. Y ella siguió hablando todo el trayecto. Y él siguió escuchando embobado todo lo que aquella diosa tuviera que decir.

José Arcadio Buendía murió aquella misma noche, delante de su hoja. Cogió su pluma y de sus yemas salieron miles de historias. De amores encontrados, de atardeceres, de viajes inhóspitos, de batallas, abrazos, canciones, de esto y de aquello, de barcos y de risas, de rencores y ríos. No es que hubieran llegado las ideas. Ya estaban allí, encerradas bajo llave. Cuando se abrió la compuerta, no pudo parar y José Arcadio Buendía vació cada una de sus neuronas, exhaló todos sus pensamientos y empleó hasta el último aliento. Y cuando su imaginación se secó, cayó muerto encima de su hoja, que hoy ya no era blanca.

Querido lector, el libro que tiene en sus manos es el primer y último suspiro de vida de José Arcadio Buendía. Espero que lo disfrute.

sábado, 8 de junio de 2013

Hilando historias

Anoche soñé con verte desnudo para perder la cabeza…”, comienza la rubia madurita con un hilillo de voz que se pierde entre las sábanas. Es su historia de guerra, una tela de araña sutilmente trenzada y adaptada para cada una de sus conquistas.

“…, cabeza de ondas azabache que se tejen entre mis dedos…“, susurra el señor mayor de ojos grises a la morenaza de pelo rizado.

“…, dedos obsesionados por explorar tu cuerpo dorado, por pespuntar tus tenues contornos…”, musita la dama de melena ensortijada al jovenzuelo de tez tostada.

“…, contornos de nieve en tu piel blanquecina que nublan mis sentidos y deshilachan mi razón…”, encandila el bronceado cachitas a su pálida princesa.

“…, razón de más para enredarme en tus ojos esmeralda recreando fielmente la fantasía de anoche“, se sincera la muchacha de aspecto blanquecino con su nuevo amado de ojos aceituna.

Esa noche la rubia madurita, arquea una ceja con sorpresa mientras su última conquista de ojos verdes comienza a recitar. “Anoche soñé con verte desnuda para perder la cabeza…”.

domingo, 2 de junio de 2013

Basado en hechos reales II

Un disparo. Otro. Más cerca de lo que pudiera imaginar. La gente asustada sigue su instinto. Corre. Pero no hay sitio adónde ir, detrás sólo hay más y más personas. Estamos atrapados. Intentamos escabullirnos buscando un lugar seguro, pero sólo encontramos más miedo. “Cógeme fuerte la mano, no te sueltes”.

Un hombre desconocido lee el pánico en mi cara y nos pesca entre la multitud. “Junto a la pared estarás más segura”. Me aguanto las lágrimas, no quiero llorar.

Cuando cesa la estampida intentamos alejarnos, desoyendo a nuestra conciencia que dice que debéis quedaros, debéis resistir. Pero la turba sigue el mismo camino. Disparos, carreras, empujones. “Agárrate a la farola, intenta subir”. Parece una película, de las que recrean otras épocas que parecían lejanas, pero que no lo son tanto.

Volvemos a intentarlo y, por fin, encontramos más espacio en aquella calle ancha, la que lleva a la estación. Mientras nos alejamos, la voz se hace fuerte y nos impide irnos del todo. Esperamos. La noche ya es cerrada, adornada con cientos de destellos rojos y azules.

Y en un momento, la confusión. Todos corren. Los hombres de azul aparecen de la nada. Con armaduras, con escopetas, con máscaras de gas. No parecen humanos. Aterran. Entendemos lo que intentan, empujarnos al laberinto de callejuelas. Es una trampa, pero no tenemos opción y entramos en la boca del lobo por nuestros propios pies.

Oscuridad. No sé si no hay luces o están apagadas. Será el miedo, que todo lo empaña. Estrechas callejuelas desconocidas, ni sé dónde estoy. Tampoco adónde vamos. Nos guía la gente, los otros ratones. Buscamos, corremos, damos la vuelta y retrocedemos. Aquí y allá destellos, disparos. “¡Por aquí no, compañeros!” Más hombres de azul. Gritos, sirenas. Trotamos desorientados cogidos de la mano. Aferrados.

De repente, la salida. Una calle ancha. Allí esperan agazapados, decenas de furgones. Blindados, cobardes. Aguardan a que las ratas acudan a la trampa que han preparado. Pero algo reclama su atención, pues sin previo aviso y voceando sirenas, marchan atronadoramente calle abajo. Corremos a nuestra cueva y nos refugiamos, con el corazón desbocado y la tristeza de quien descubre el mundo injusto e impune en el que vive. Efectivamente los grises nunca se fueron, sólo han cambiado de color.

Luego veríamos las noticias para saber cómo acabó: andenes, proyectiles, represión.
Luego escucharíamos las opiniones de las tertulias: banalidades, falacias, falsedad.
Luego leeríamos los periódicos: maniatados los de aquí, escandalizados los de allá.
Luego miraríamos los vídeos para recordar: oscuridad, angustia e indefensión.
Una noche para olvidar.
Luego, a la noche siguiente, volveríamos al mismo sitio: a seguir batallando. El miedo aturde y paraliza, pero con el tiempo curte y fortalece. Es un arma de doble filo.

domingo, 26 de mayo de 2013

Basado en hechos reales

¡Será cínico! “Por encima de sus posibilidades”, dice el tío. ¡Decidido! Me levanto y le llamo sinvergüenza y le hago la peineta y le pego un zapatazo... Detecto la mirada “no-la-líes” de la directora, sentada al otro extremo de la clase y se me frenan las piernas. Sosiégate, Elena, tienes mucho que perder. Pero, ¿cómo permitimos que estos “expertos” den lecciones a los chavales? ¡Ellos! El lobo cuidando a las ovejas. Desde detrás de su corbata y por debajo de la gomina lanza ideas de catálogo. “Responsabilidad”, “compromiso”, “oportunidades”, “solidaridad”. ¡Hasta aquí! ¡Yo me largo! Me levanto con furia ante la sorpresa del ponente y mientras desfilo por el pasillo, una idea me martillea. ¿Y si...?[1]

Queridos lectores, los medios nos manipulan. Convertidos en fieles loros de repetición, consumimos escándalos al ritmo que nos marcan. Esculpen nuestra opinión y fabrican nuestros debates. Hoy todo son desatinos: paro, bajadas de sueldo, precarización. Recortes sociales, inyecciones a bancos, privatización. Paraísos, fraude a gran escala, corrupción. Pero seguimos cual corderos a los pastores de la opinión, escribiendo el guión de nuestros diálogos: el bigotitos, los papeles, secesiones, los idiomas, tauromaquia. ¿Quienes son esos pastores? Queridos lectores, son los mismos. Los que despiden, bajan sueldos, precarizan empleos. Provocan recortes recibiendo inyecciones. Los que defraudan y corrompen. El poder y la información, en las mismas manos. Como ciudadanos, ¡seamos críticos! ¡Informémonos! ¡Unámonos! Una idea me martillea. ¿Y si...? [2]

Una vez más la tiene delante. La señora Ibars, con sus 82 años, sorda y casi ciega, guiada por su nieto. Coloca sobre la mesa sus papeles arrugados. El director del banco no necesita mirarlos para saber que, bajo un título pedante, contienen la descripción indescifrable de una participación preferente. Una vez más el señor Bustos tiembla, suda, flojea. Ella es la imagen de sus pesadillas, el azote de su conciencia. Ha intentado escudarse en todo: la presión del jefe, la irresponsabilidad de la gente, la impotencia del mandado. Nada de eso sirve para auto-engañarse. La señora Ibars le desarma: “Usted me ha engañado”. El señor Bustos sólo quiere huir, desvanecerse, terminar. De repente, una firme decisión le golpea y ya empieza a sentirse mejor. “Nunca más”. Y mientras desfila por el pasillo, una idea le martillea: “¿Y si...?” [3]

¡Mierda! Ya he llegao tarde. Ahora el niño se pondrá atacao con las noticias. Si es que ni sé pa qué las ve, si sabe que se altera. ¡Bueno, el Barbas! Con esa cara de faltarle un aire. Sólo oigo frases sueltas, porque el Miguel ya da voces por la casa. Bankia, crédito, Rato, confianza, adornado con la imagen de la campana. “Que estoy hasta los huevos”, calma Miguel. “Que me uno a los piquetes”, que no sirve de , Miguel. “Que salgo y lo quemo todo”, que te nublas, Miguel. “Que yo ya no puedo, mama”... Ni tiempo ma dao de decirle más. Con cara de idea de bombero, ya desfila por el pasillo gritando “¿Y si...?” [4]

“¿Y si nos unimos? Personas diferentes con un objetivo común. Debate, propuestas, empoderamiento y consenso. Muchas ganas de trabajar y pocas de resignarse. Seamos la mayoría ruidosa." [5]

[1] La Generalitat i els principals bancs promouen l'educació financera a les escoles catalanes
[2] ¿Quién está detrás de los medios de comunicación en España?
[3] Ciega, sorda y engañada por las preferentes
[4] Comparación del rescate a Bankia
[5] Un frente contra los abusos de la banca

martes, 21 de mayo de 2013

PFD y Andrea (1 y 2)

Hoy, La Fábrica de Relatos se estrena en Microrrelatos al por mayor (de Luisa Hurtado), con dos micros inspirados en dos fotografías de José Luis Rafael publicadas en Palabras, Fotos, Días (PFD). Ha sido una muy buena experiencia participar en este estupendo blog que sin duda os recomiendo. ¡Espero que os gusten!


Exhiben resignadas su fragilidad y perfección. Soportan flashes insistentes, dedos acusadores y miradas indecentes. Tiemblan imperceptiblemente al llamar la atención de algún comprador dispuesto y se alegran con crueldad si es otra la elegida. Cuando baja la persiana suspiran aliviadas celebrando en silencio su buena ventura.
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Posa un dedo en su mejilla. “Esta es por tu padre, porque a veces me cabreaba. Estas dos, por todos los besos que le daba al perdonarle. Las de aquí, son de aquel tiempo en que reía tanto. Esta es de tristeza por la muerte de mi abuelo.” Sonríe ufana y los surcos se subrayan. “Cada arruga, cada grieta, es un momento de mi vida. Todas juntas son mi historia”

sábado, 18 de mayo de 2013

Robert


“Vete, vete ya, adiós, que te vaya todo muy bien, olvídame, ya no hay nada que decir”. Es lo único que pude conseguir. Entonces me fui solo. Solo. Ella también se quedó sola. Al final del camino me giré para verla por ultima vez. Ya no estaba.

Rememoro la escena mientras me observo en el espejo. Un anciano pesaroso y derrotado me devuelve la mirada.

El ceño fruncido. Un surco más profundo por cada intento de entenderlo. Aquella noche de 1940 empezó mi condena. Una y otra vez intenté suponer lo que había sucedido, adivinar porqué se había acabado, deducir cuáles eran las razones. Jamás pude confirmarlas, pues su familia partió y nunca más volví a ver a Mary. En la plantación murmuraban que se habían mudado a Chicago, donde habían montado un pequeño negocio familiar. Circulaban todo tipo de rumores: herencias, robos, mafias, trabajos sucios.

El pelo blanquecino. Una cana por cada intento fallido de olvidarla, por cada empeño frustrado de rehacer mi vida. ¿Cómo podía haberme dejado una huella tan profunda? Éramos jóvenes, dinámicos, con infinitas opciones de cambiar de rumbo. Fueron las dudas, me obsesionaron las sospechas, me enloqueció la ignorancia.

Los ojos tristes. Una capa amarga por cada lágrima reprimida. Aquella noche perdí a Mary sin más explicación que el silencio. Y con ella, la alegría, la vitalidad, el ímpetu, la juventud. Me convertí en un chico mustio y taciturno. Seguí con mi vida. O sólo lo intenté. La vida que se espera del hijo del amo y, más tarde, la que se espera del patrón. Estuve con otras mujeres. Me casé. Tuve hijos. Trabajé. Heredé la plantación. Pero todo lo hice de puntillas, con desgana. Estuve con ellas por despecho. Me casé por decoro con una arpía superficial de buena familia. Tuve tres hijos varones que nunca me inspiraron la menor ternura. Trabajé aquellas tierras que jamás sentí mías. Heredé la plantación y la empujé a la ruina, arrastrando en el proceso a familias enteras, incluida la mía.

Las densas ojeras. Una capa oscura por cada noche en vela. Vivo sólo, en la miseria, luchando por sobrevivir en una realidad que aborrezco.

El ceño, el pelo, los ojos, las ojeras, hablan de abandono e incomprensión, de preguntas y sospechas, de tristeza y apatía, de penuria y soledad. La odio por ello y la sigo queriendo. No a la Mary de 1990. A ella no la conozco, ni siquiera sé si existe. Quien me obsesiona es la hija del capataz, la veinteañera mona y lista, vital y risueña. Aquella Mary que permaneció en mis recuerdos y ensombreció mi historia.

martes, 14 de mayo de 2013

Nanorrelatos: lipogramas

A
Mamá apaga la lámpara, “hasta mañana”, marcha calmada. Shhh. Allá cantan las hadas malas. Machacan y dan patadas, matan almas fracasadas. Shhh. Calla, calla. Nada para a las hadas malas.

E
El bebé de enfrente pretende envejecerme de repente:
- ¡Cese ese nene, leñe! ¿Le reprende?
- Déjele, demente. En breve crece.

I
Insistí: “¡Mi fin! Vivid sin mí” Y Mindy, Cris y Tim, sin fingir: “¡Chinchín!”

O
Con ojos llorosos soporto el bochorno. Todo borroso. Los gozos rotos, dolor forzoso. Vosotros, dos tórtolos, yo solo. Hoy corto con todo, voy por cloroformo.

U
Tú. Luz, gurú, súmmum vudú. Tú, cruz. Tú.

lunes, 13 de mayo de 2013

Mary



La luz blanca del porche parpadea insistente. Contrasta con la espesa negrura de la noche en los campos de Nueva Orleans. Las cortinas entreabiertas de la ventana frontal sugieren espectadores, pero ninguno propone buscar intimidad. Es habitual que a estas horas se vigile de cerca la decencia de las hijas.

A pesar del calor, Robert viste pantalones gruesos y calza zapatos cerrados. El hijo del dueño siempre debe demostrar su estatus cuando merodea por sus dominios. Se apoya en la repisa tan cerca como puede. Le marco las distancias, pero la curiosidad del vecindario me obliga a tenerle más cerca de lo que quisiera para poder entender sus susurros.

¿Porqué?¿Cómo?¿Desde cuándo? Desesperado, me lanza estas preguntas una y otra vez, con su mirada inquisitoria y desconcertada. Con la mano en el pecho intenta calmar su dolor. No puedo responderle y esquivo sus dudas y sus miradas, en un intento de mantener la dignidad. Porque sí. Ya no te quiero. Desde hace tiempo.

¿Qué hacemos?¿Cuánto?¿Cómo? Momentos antes, mis padres deambulaban por el salón. Trajinaban satisfechos haciendo cuentas e imaginando vidas. Salió bien, repetían, salió bien. Yo, confundida, orgullosa, utilizada, asustada. Aún faltaba lo más difícil, enfrentarme a él, darle explicaciones. Pero era mucho dinero. Lo gastaremos. Todo. En librarnos del yugo.

Supe que Robert vendría. Una carta no es la manera más elegante de acabar una relación, ni siquiera a los veinte años. Ante la posibilidad de que entrara en casa, escondimos el sobre. Para Mary, rezaba el frontal. En su interior, dos razones convincentes para dejar a Robert. La primera, una carta de sus padres, plagada de sutiles insultos y encantadoras sugerencias. La segunda, más convincente si cabe, 5000 dólares. Dos condiciones: abandono y silencio.

Cuando conocí a Robert, sabía que acabaríamos juntos, por difícil que pudiera parecer. El hijo del patrón y una humilde trabajadora. Casi como en los cuentos, pero con premeditación y alevosía. Habíamos analizado sus movimientos, estudiado sus gustos y calculado los detalles.

Desde que el padre de Robert heredó la finca, mi familia vivía en la miseria, trabajaba sin descanso y soportaba su tiranía. Un amo y señor, un déspota. Mi padre juró que nos sacaría de ese agujero y nos libraría de su opresión.

Bajo la luz blanca, en la noche de Nueva Orleans, apoyados en el porche, el corazón de Robert se resquebraja y yo aguanto el tipo, segura de que es el último paso para escapar. ¿Porqué?¿Cómo?¿Desde cuándo? Desesperado, me lanza estas preguntas una y otra vez. Porque sí. Ya no te quiero. Desde hace tiempo.

martes, 30 de abril de 2013

Reflexiones de un moribundo

¡Todo el tiempo que he perdido!
La sentencia me golpea una y otra vez
mientras observo ensimismado la danza de las llamas.
Es cierto lo que dicen,
estampas de una vida se suceden en mi mente,
transformado en espectador de mi propia crónica.
La puerta está cerrada, las llaves inalcanzables,
la ventana está tremendamente alta y el suelo tremendamente lejos.
Ahora, resignado, espero a la Parca, pues
aceptar mi destino me permite hacer balance.
Pasé por el mundo de puntillas, obedeciendo a todos en todo.
No tengo principios, no tengo ideales, ni nada ni nadie por lo que luchar.
Siendo libre elegí la esclavitud.
¡Qué triste existencia!
El humo se espesa y la habitación se desdibuja mientras instruyo mi propio juicio.
¡Qué triste existencia!
Siendo libre elegí la esclavitud.
No tengo principios, no tengo ideales, ni nada ni nadie por lo que luchar.
Pasé por el mundo de puntillas, obedeciendo a todos en todo.
Aceptar mi destino me permite hacer balance.
Ahora, resignado, espero a la Parca, pues
la ventana está tremendamente alta y el suelo tremendamente lejos.
La puerta está cerrada, las llaves inalcanzables.
Transformado en espectador de mi propia crónica,
estampas de una vida se suceden en mi mente,
es cierto lo que dicen.
Mientras observo ensimismado la danza de las llamas,
la sentencia me golpea una y otra vez.
¡Todo el tiempo que he perdido!

domingo, 21 de abril de 2013

Llegenda sota terra

Pròxima estació: Sants-Estació.

«Vet aquí un monstre ferotge i temible que enverinava l'aire amb el seu alè putrefacte i esverava a tot el regne amb les seves salvatjades.»

S'obre pas a cops de colze un noi gran i malgirbat. Amb cara de males puces i olor d'alcohol de llauna es deixa caure al seient de quatre. Ocupa més d'un lloc i destorba a una senyora que marxa evitant conflictes. S'eixarranca al seu seient, posa els peus a la cadira i escup “i-tu-què-mires”.

«Els habitants de la vila es reunien d'amagat i meditaven estratègies per vèncer al malvat drac. Però no hi havia valent que hi volgués lluitar amb la bèstia.»

Els passatgers callen avergonyits desitjant que la fera no els esculli. Es llancen entre ells mirades còmplices amb ganyotes furtives de “aquest-està-boig”, “millor-l'ignorem” i “jo-no-m'hi-fico”.

Pròxima estació: Tarragona.

«Sense voluntaris, els veïns van acordar deixar que fos la sort qui decidís les víctimes que caurien a les urpes de l'aterridor animal.»

Venturosos viatgers abandonen l'escena i altres de menys sortosos pugen a bord. Els que venen de lluny eviten mirades però tafanegen de reüll si algun agosarat s'encara amb el neci. Una senyora el crida a l'ordre i rep un bufit ple d'insults. La intrèpida iaia marxa espantada mastegant malediccions.

Pròxima estació: Espanya.

«Els vilatans màrtirs es succeïen però la pau regnava entre el veïns amb prou fortuna per fugir del foc del drac.»

Un noi jove capficat amb el seu mòbil s'atreveix a ocupar un dels seients buits i aixeca el cul d'un salt sorprès per un improperi injustificat. Un senyor amb acordió marxa ofès al següent vagó perseguit per xenòfobes blasfèmies.

Pròxima estació: Poble Sec.

«Però fou el cas que un dia el maleït atzar va voler que l'estimada filla del rei fos l'escollida per calmar l'ansia de la fera.»

Un senyor amb barba i panxa prominent entra amb presses arrossegant la filleta, una nena d'uns deu anys que, estirada pel seu pare, corre cap als dos seients buits.

«El veïnat, desconsolat, observà a la princesa encaminar-se al seu final, en busca del temible monstre.»

La nena aterra sense adonar-se sobre el peu de l'intractable que, exaltat per l'atreviment, comença a respirar amb fúria.

Pròxima estació: Paral·lel.

«Però vet aquí que abans d'arribar a la cova del drac volgué el destí creuar-la amb un jove cavaller, cavalcant un corser negre amb una lluent armadura taronja.»

El vigilant entra al vagó guiat pel seu olfacte innat per detectar problemes. Amb un somriure autosuficient es dirigeix al provocador i es planta al seu davant.

«El valerós heroi va enfrontar-se a la bèstia, que va caure derrotat pel coratge i la destresa.»

Llença un “senyor-hi-ha-cap-problema” i el busca-raons respon amb un grunyit en un tímid intent de mantenir la dignitat de cara al públic. El vigilant dona al fidel company caní l'ordre per ensenyar les dents i, poruc i avergonyit, l'energumen s'aixeca i marxa amb el cap baix.

Pròxima estació: Drassanes.

«Diu la història que el salvador va marxar sense voler acceptar la glòria i que desaparegué misteriosament tal com havia vingut.»

El guàrdia deixa el comboi avisant al cercabregues: “ara parlarem tu i jo”. Mirades còmplices i somriures compartits dissipen la llegenda i tornen el vagó a la realitat ensopida.

Pròxima estació: Liceu.

viernes, 12 de abril de 2013

Secreto de confesión

Observa distraído las paredes de su celda. A diario desde los últimos doce años rememora la escena, conservando intacto el odio hacia el hombre que le empujó entre rejas.

– Ave María purísima.
– Sin pecado concebida.

El eco era inevitable en la inmensa iglesia vacía. La modernidad estaba a menudo reñida con los preceptos cristianos. Pero el joven padre Andrés mantenía su pequeña parroquia con obstinación. Creía en sus votos y seguía a rajatabla el mandato de Dios.

– Dime hijo mío, ¿cuánto hace que no te confiesas?
– Años. Siglos, quizás.

La reja del confesionario le permitía al cura intuir a un cuarentón calvo, de aspecto descuidado y mirada inquietante.

– Y, ¿qué faltas te atormentan?
– Un poco de todo, padre. Soy perezoso, me encanta comer, envidio a mi vecino y me vanaglorio de mis logros. Ofendo a Dios y no voy a misa. Tengo constantes pensamientos obscenos y cometo actos impuros siempre que se dejan.

De voz grave y pausada, melodiosa, casi hipnótica, confesaba sus faltas como recitando un poema. No hacía falta ser un experto psicólogo para darse cuenta de que era una persona enferma. Pero la reja que les separaba daba seguridad al padre Andrés, ya que era el mismo Dios quien la protegía.

– Pero no vengo a confesar esas banalidades, padre. Hay algo más. La he matado.

El corazón le dio un vuelco y empezó a palpitar sin control. Dios mío, un asesino. Jamás se había encontrado en una situación en la que el deber de ciudadano y el secreto de confesión chocaban tan frontalmente. Ante el silencio del mosén, siguió confesando.

– Se lo había prometido todo, pero sólo deseaba sentir el poder de decidir hasta cuándo podría seguir viviendo. Esa autoridad me excitaba, padre. Y esta mañana me he decidido. He visto el horror en sus ojos y he disfrutado con sus berridos. Sólo Dios sabe qué se siente al tener la vida de otra persona en tus manos, por eso he venido a contárselo.

El cura estaba paralizado, martirizado por la duda. La barrera también le daba al demente el poder de hablar con Dios, sabiendo que sus palabras se perdían en el cubículo.

– Y ahora que he probado qué se siente, necesito continuar, buscar más víctimas.

La decisión golpeó la conciencia del confesor. Este tipo se podriría en la cárcel pagando por sus pecados. Se levantó con firmeza cuando el chiflado lanzó una última aclaración.

– Pero ella siempre será especial. Adela Comas, primera víctima del verdugo de doncellas.

Y eso es todo lo que recuerda mientras observa distraído las paredes de su celda. Rellenó sus lagunas con el auto policial. “Estrangulamiento y ensañamiento post-mórtem con crucifijo de plata”. El padre Andrés se reencontrará en el infierno con el psicópata demente que le quitó a su hermana.

martes, 2 de abril de 2013

El muro de cristal

Es posible que lleve ahí desde el principio, pero no podrían asegurarlo. Desde luego, no recuerdan el momento en el que se construyó. Quizá fue tan progresivo que ninguno de los dos se dio cuenta de su existencia hasta que era demasiado tarde. Lo cierto es que el muro de cristal se levanta solemne entre ellos. Sólido, impertérrito, imponente. Los separa de forma tajante, no pueden hablarse ni tocarse. El muro es tan grueso que ningún sonido es capaz de atravesarlo. Pueden estar muy cerca, pero el obstáculo se presenta como una distancia insalvable.

De vez en cuando, uno de ellos examina el muro minuciosamente, buscando una grieta, una ranura, cualquier indicio de la fragilidad de la pared. Pero nunca las encuentran y terminan desistiendo. Hace tantos años que conviven con él que es difícil no rendirse ante la costumbre de que permanezca entre ellos.

Pero ese día todo cambia. Una fugaz casualidad les descubre el punto débil del tabique: la música. Por alguna razón, los ritmos melodiosos penetran en la aparente solidez de la tapia y producen minúsculas fisuras. Cuando se percatan de la novedad se muestran escépticos, pues la promesa de libertad siempre produce una leve sensación de temor a lo desconocido en los presos de larga duración. Pero conforme las grietas se muestran perceptibles, la esperanza crece tan rápido como los resquicios.

Observan que, una vez iniciada la fractura del muro, no sólo las partituras consiguen abrirse paso en el cristal. Descubren que cada vez hay más factores que aceleran el proceso. Ya ansiosos, entonan canciones frente al dique, se recitan poesías, leen sus novelas y bailan al ritmo de sus canciones favoritas. Las fisuras son ya grandes grietas que amenazan transformar la muralla en un montón de traslúcidos escombros.

Y de repente, ¡cras!

El inmenso muro aparentemente inquebrantable da paso a una montaña de pequeños cristales que pueden cruzar sin esfuerzo. Nunca han estado tan cerca el uno del otro y, a pesar de que no recuerdan haber oído jamás sus voces, las reconocen como familiares y cercanas.

Ya no existe el muro de cristal. Pero no limpiarán la pila de vidrios rotos, pues les servirá para recordar que una vez la desidia levantó entre ellos un poderoso obstáculo difícil de quebrantar.

domingo, 10 de marzo de 2013

Alegato final

Agentes uniformados lo conducen lentamente hacia su destino. Las cadenas en pies y manos ralentizan el trayecto y Tim no tiene prisa alguna. Nunca la tuvo. Se recrea en los que sabe serán sus últimos pasos y observa altivo a la comitiva que lo acompaña. “Moriré como un mártir”, piensa, “y mi hazaña se mantendrá eterna en los libros de historia”.

Una enfermera les abre la puerta, ataviada con bata, gorro y mascarilla. Tim sospecha que el atuendo, más que protegerla, le cubre la conciencia. Los guardias lo guían hasta la camilla donde le exhortan a sentarse. Se posiciona tranquilamente disfrutando de la creciente impaciencia de sus verdugos, que trajinan con llaves y esposas para liberar al reo de forma temporal.

Mientras trabajan concienzudamente amarrando sus brazos con correas, Tim navega hasta el lago Geary donde, seis años atrás, se afanaba con las sustancias. Nitrato de amonio y cajas de Tovex. Siempre fue diestro en la química práctica. “¡Mira que eres lento!” le repetía su madre a menudo. Lo que ella no sabía es que su parsimonia confería a sus manos serenidad y firmeza para mezclar ingredientes a la perfección, sin verter ni precipitar. Con cuidado y paciencia, llenaba con el material resultante el Mercury Marquis alquilado en Tulsa bajo el nombre falso de Robert Kling.

Observa calmado la habitación donde, momentáneamente, le han dejado solo. Recuerda el procedimiento que, esta misma mañana, le ha explicado el carcelero. Le conceden un par de minutos consigo mismo. Para rezar y arrepentirse, dicen. Pero Tim no los necesita, tiene la conciencia impoluta. Las 170 víctimas y casi 700 heridos son daños colaterales inevitables en una guerra contra el mal. Aquel edificio federal albergaba oficinas del FBI y, cualquier otra justificación es, a su modo de ver innecesaria.

Percibe impasible el movimiento de las cortinas que, poco a poco, dejan al descubierto semblantes furiosos, caras amargas y ojos llorosos. Una voz metálica aúlla desde el altavoz. “Prisionero 12076-064: Timothy McVeigh. Condenado a muerte el 13 de junio de 1997 por el atentado de Oklahoma City que causó la muerte de 168 personas y 679 heridos. Proceda con su alegato final”.

Pausado, calmo y seguro, con la venia de Thomas Jefferson, sentencia: “El árbol de la libertad debe ser vigorizado de vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos.”

jueves, 7 de marzo de 2013

¿Quién y cuándo?

disociar. (Del lat. dissociāre). 1. Tr. Separar algo de otra cosa a la que estaba unida. U. t. c. prnl. 2. Tr. Separar los diversos componentes de una sustancia. U. t. c [1]

En términos psicológicos, un paciente padece un trastorno de disociación cuando elementos de sí mismo o de su entorno son eliminados de la autoimagen o negados de la conciencia. A efectos prácticos, el sujeto convive con fuertes incongruencias sin ser consciente de ello. [2]

Negar la realidad.

He hablado con muchas personas, escuchado infinidad de opiniones, aguantado miles de excusas y presenciado incontables acusaciones. Pese a la diversidad de términos, pareceres, expresiones y criterios, en su mayoría se resumen en la misma idea. ¿Quién y cuándo?

“¿Quién vendrá a ayudarnos? ¿Cuál será nuestro salvador? ¿Qué persona solucionará nuestros problemas? Él. Tú. Éstos o los otros. Ellos deberían hacer esto y evitar aquello. Yo no puedo hacer nada.”

“¿Cuándo se pondrá fin a esta situación? ¡Nos prometieron que mañana todo sería mejor! Intuyo que queda poco tiempo para salir de este atolladero. ¿Cuánto tiempo hasta que comencemos a remontar?”

Ésta es la disociación en nuestro mundo actual. Situarse a uno mismo como un mero espectador de lo que sucede en su realidad, sin poder hacer o dejar de hacer. Sólo con la opción de observar el ir y venir de las circunstancias.

Desde esta óptica, las respuestas son demoledoras. ¿Quién? Nadie. ¿Cuándo? Nunca.

Pero cuando uno empieza a investigar más de cerca, a analizar situaciones y a observar comportamientos, podrá comprobar que, en su mayoría, los “quién-y-cuándo” no sólo no son simples observadores. Son parte del problema. Frecuentan comercios con prácticas que ellos condenan; confían sus ahorros a manos corruptas que ellos señalan; votan a partidos con los que ellos no comulgan; se mofan de los intentos de quienes actúan.

Para todos ellos, para los disociados, éstas son mis respuestas. ¿Quién? Tú. ¿Cuándo? Ahora.

[1] Definición RAE
[2] Definición Wikipedia

viernes, 1 de marzo de 2013

El hombre sin rostro

El post de hoy es muy especial. Se trata de una colaboración con uno de mis blogs favoritos de creación de historias: Un tranquilo lugar de Aquiescencia. Os invito a visitarlo para que, además de leer las magníficas historias de UTLA, veáis la otra cara de la colaboración! ;)
Le contraté de oídas. En los círculos en los que me movía, se decía de él que era un magnífico investigador. Disponía de cantidades ingentes de información que estaba dispuesto a compartir por un módico precio y de una pericia especial que utilizaba para descubrir la que todavía no conocía. Era un tipo discreto. Siempre me citaba en callejones oscuros, apartados del bullicio del centro, y se negaba a aceptar enclaves menos ocultos o a encontrarnos a plena luz del día. Jamás llegó a decirme su nombre, pero todos le conocían como Shadow.

Ofrecían una recompensa desmesurada por la captura del individuo sin rostro. UTLA, le llamaban. Su delito, consumir libros sin control, especialmente los prohibidos por el régimen. Se decía de él que no tenía reparos en devorar cualquier tipo de cuento, obra, ensayo o novela. Un tipo con ningún respeto por la ley, que hacía años que regulaba los volúmenes que podían ojearse. Jamás se hablaba abiertamente del tema, pero todos sabíamos que el Departamento de Cultura y Seguridad Intelectual se deshacía de los libros que consideraba subversivos, aunque nadie sabía cómo. Las personas en posesión de textos prohibidos, iban directos a la cárcel, pues se les acusaba de uno de los mayores delitos de la época: atentado intelectual.

UTLA era, por ese motivo, un personaje non grato para el gobierno, por tratarse de un revolucionario reconocido. Nadie sabía qué aspecto tenía, de ahí su sobrenombre, el hombre sin rostro. Se decía incluso que se trataba de un nombre literal, decían que UTLA no tenía cara.

La miseria dominaba el país y, muchos de los oficios se habían degradado hasta dejar de existir. Así fue como tuve que pasar de una vida fácil a una lucha diaria por la supervivencia. La rigidez que caracterizaba ahora al gobierno, había hecho proliferar el número de personas buscadas por la ley y, a su vez, el de cazarrecompensas dispuestos a encontrarlos, entre los que yo me contaba.

Shadow me ofrecía información increíblemente precisa sobre los movimientos de UTLA, pero nunca acertaba los tiempos. Conocía sus acciones, los libros que leía e incluso los mensajes golpistas de las pintadas que al día siguiente inundaban la ciudad. Pero jamás sucedía en el instante que él pronosticaba. Así, se iba con la mitad de lo acordado en el bolsillo mientras yo me volvía con las manos vacías y mascullando maldiciones.

Con el tiempo, tuve que desistir, pues mis ahorros se estaban viendo gravemente comprometidos por la operación UTLA, claramente infructuosa. Pasé a intentar otras cazas, algunas de ellas exitosas, aunque insuficientes. Terminé por mendigar y, finalmente, por robar, como la gran parte de la población que había sido abocada a la miseria.

Fue años más tarde cuando, durante uno de mis paseos habituales por un gran centro comercial en busca de alguna víctima, oí una noticia que me llamó la atención. UTLA había sido, por fin, capturado por la justicia. El inspector de la policía se regodeaba delante de las cámaras de haber dado caza a tan buscado delincuente y les mostraba, como inaudito, cómo era, en realidad, un hombre sin rostro. Fue entonces cuando UTLA, inexplicablemente, hizo resonar una grave voz desde su interior con altivas amenazas que no recuerdo. Quedé estupefacto al comprobar que era, sin lugar a dudas, la misma voz que deslizaba información en las sombras de los callejones.

lunes, 25 de febrero de 2013

Pentagramas de una vida

Alejo Marín está siempre en silencio. No es tímido, tosco ni retraído. Sólo escucha. Su memoria prodigiosa registra voces, sonidos, historias, murmullos, estruendos y melodías. Quiso el destino que naciera ciego de ambos ojos y construye realidades con su oído experto.

El espectro, le apodan en el pueblo. Está en todas partes y no se halla en ninguna. Se acomoda en los rincones, sus ojos rotos dirigidos al vacío, atento a sonidos que describan su existencia. Aparece y se desvanece sin emitir ruido alguno y son contadas las ocasiones en las que le han oído la voz. Es curioso como alguien tan fascinado por los sonidos se resiste a emitir ninguno.

Cada día, al ponerse el sol, Alejo Marín se sienta frente a las teclas de su piano y, tras largos periodos de meditación catatónica, su dedo seguro se posiciona para deleitarlo con un sonoro clong. Es el resumen del día, contenido en una única nota. Pasa a darle tempo, ritmo y fuerza adecuados a los sucesos de la jornada. Finalmente, Alejo Marín añade la nueva adquisición a la obra de su vida, que crece desde su primer recuerdo a razón de nota por día.

La pieza inconclusa de Alejo Marín tararea su historia. La forman allegros, sucesos, agudos, secretos, cuentos, pizzicatos, aventuras, eventos, andantes y pianos que cantan su biografía, entonan sus memorias, salmodian sus recuerdos. Si alguien osara oírla, se formaría con tímpano, yunque y martillo una idea exacta de las aventuras y desventuras del viejo Marín y sentiría conocerlo al dedillo aun sin haberlo tratado jamás.

Pero nadie ha escuchado nunca la composición de El espectro, a excepción de él mismo. La registra a diario en su magnetófono, pero custodia el resultado celosamente para que siga siendo inédita.

Alejo Marín perjura que su autobiografía melódica seguirá en crecimiento hasta el último día de su vida y nadie podrá escucharla hasta que él esté bien muerto y enterrado. No soporta las críticas. Le pitan los oídos.

lunes, 18 de febrero de 2013

Quimeras

La-chica-de-gafas baja las escaleras que la conducen a su insípida rutina. Se dirige al andén de siempre, en el punto habitual, para subir al vagón acostumbrado. A pesar de haber recorrido miles de veces cada milímetro del trayecto, sus pasos son inseguros. Le pesan los años, la soledad, el abandono, la tristeza, la experiencia, los “y-si” y los “nunca-más”.

La-chica-de-gafas no tiene nombre. Cierto es que sus padres le pusieron uno, pero de eso hace ya muchos años y nadie lo recuerda ni muestra interés por hacerlo. Nunca ha tenido a alguien que la amara ni a nadie a quien amar. Para escapar de la amargura, imagina a un galán inventado. Es atractivo, aunque no diría que es guapo, un poco bajo y cabezón, no demasiado detallista y más bien estirado. Podría haberlo ingeniado mejor, pero hasta en sus fantasías es conformista. Hace años que permanece en sus delirios y, con el tiempo, ha conseguido perfilarlo con detalle de retratista experta.

La-chica-de-gafas suele perderse con él mientras el traqueteo del metro mece sus fantasías. Pero hoy, inexplicablemente, el aviso acústico del cierre de puertas la devuelve a la realidad y algo llama su atención desde el otro lado de la vía. Alguien. Está sentado en el vagón que circula en dirección contraria y, antes de poder reaccionar, ya parte irremediablemente con el destino opuesto y el corazón roto por no saber cómo volver a encontrar al que ella cree el hombre de sus sueños.

Enrique la sorprendió mirándolo, sentada en el vagón de enfrente, con ojos como platos. Le costó un rato reconocerla, el tiempo que su mente necesitó para poner a la-chica-de-gafas en contexto. Pero cuando se percató de porqué la conocía, su cuerpo empezó a temblar de arriba abajo y cualquiera habría dicho que había visto un fantasma. Casi.

Enrique la conocía; la conocía muy bien. Antes de ingresar en el centro de salud mental, la-chica-de-gafas se colaba todas las noches en sus sueños y los tornaba temibles y angustiantes. Ella era cínica, controladora, amargada y estomagante. Se dedicaba a perseguirlo por dondequiera que circularan sus fantasías nocturnas. Visitó a innumerables especialistas, pues llegó a horrorizarle caer en los brazos de Morfeo, donde invariablemente lo esperaba su amante forzosa. Enloqueció. Sólo su ingreso en el centro y fuerte medicación lograron borrarla de sus noches. Supuestamente recuperado, hoy retomaba su vida.

Enrique volvió a lanzar una mirada fugaz, para comprobar que realmente era ella. Allí estaba, sin ningún lugar a dudas. Con el cuerpo tembloroso agradeció partir irremediablemente con el destino opuesto y el convencimiento de volver al centro a desterrar una vez más a la que él creía la mujer de sus pesadillas.

Lo que Enrique y la-chica-de-gafas nunca sabrán es que sus quimeras se disfrazan con el rostro de aquél con el que, durante años, llevan cruzándose a diario sin que su consciencia llegue siquiera a sospecharlo.

domingo, 10 de febrero de 2013

La Dama de Hierro

Seria y educada. Meticulosa, cuadriculada, organizada. Tímida y callada.

Provocadora y descarada. Atrevida, insolente, desvergonzada. Resuelta y locuaz.

Todas las mañanas llega a las ocho en punto a la oficina. Como un reloj, ni un minuto más ni uno menos. Saluda discretamente a los compañeros que ya ocupan su puesto de trabajo, con un leve movimiento de cabeza que reafirma su carácter retraído.

Todas sus entradas son triunfales. Con un devaneo sugerente de caderas y un vaivén hipnótico de sus prominentes senos, hace apariciones estelares en sus escenas. Saluda a los compañeros con osados lametones en las orejas, enérgicos mordiscos en los labios o vigorosos toques en los genitales.

Suele vestir de negro. Manga larga y cuello alto. Acostumbra a usar vaqueros oscuros pero en las escasas ocasiones en que se atreve a lucir piernas, sus medias extremadamente tupidas le restan al conjunto cualquier vestigio de sensualidad. Calza discretas bailarinas, también negras.

Suele vestir de negro. Body de cuero y palabra de honor. El atuendo a duras penas cubre sus pechos, siempre dejando al espectador con la sensación de que en el momento menos pensado, se desprenderán de su injusta condena. Calza altas botas negras, también de cuero, tacón de aguja.

Pasa completamente desapercibida y sus compañeros únicamente conocen su apellido. Aporrea el teclado con avidez, revisa facturas, rellena informes, envía faxes, tritura papeles y realiza proezas con el Excel.

Seduce a la cámara y a cualquier coprotagonista que tenga la suerte de actuar con ella. Usa el látigo con pericia, estira pelos, atormenta sumisos, acaricia falos, abofetea culos y realiza proezas con su lengua.

Señorita Gómez, la llaman.

Se hace llamar La Dama de Hierro.

Si no fuera por una tarde intrépida del contable Páez, en la que decidió apartarse de los ya manidos pornotubes, tetasgordas y culosprietos para buscar nuevos mundos de placer onanista, nunca habrían sospechado que la señorita Gómez y La Dama de Hierro son de hecho la misma persona.

domingo, 3 de febrero de 2013

Expediente 24/3

Nombre, Esmeralda. Edad, 42. Sesión número 3.

Tras dos sesiones de control rutinario, iniciamos el tratamiento que considero podrá dar mejores resultados para esta paciente: la hipnosis regresiva. Presenta graves trastornos depresivos con tendencias suicidas, inducidos por una idea predominante: sensación de pérdida y desubicación. Apunta visitas infructuosas a diversos profesionales.

Se muestra especialmente irascible y con un alto grado de nerviosismo, pero consigo llevarla al estado alfa con relativa facilidad. Transcribo la parte de la conversación que intuyo más relevante. “Esmeralda, ¿qué sientes?”. “Incomodidad. No encajo. Soy muy rara, todos me odian. Lo que es maravilloso para ellos a mí me produce asco, náuseas. […] Huele intensamente. Penetra hasta mi cerebro y no puedo deshacerme de su repugnante hedor. Imaginarme su textura viscosa me produce ganas de vomitar. […] Siempre la misma pregunta. Esmeralda, ¿cómo puede no gustarte el chocolate? Les odio.” A pesar de no mostrar el diálogo completo, la paciente menciona su aversión por el chocolate sorprendentemente rápido.

Vuelve al estado consciente con los tembleques habituales de una sesión productiva, pero siente además una imperiosa necesidad de usar el servicio para devolver. Por sorprendente que parezca, el chocolate pudiera ser la clave del problema.

Nombre, Esmeralda. Edad, 42. Sesión número 6.

Mi sospecha de que el chocolate es una parte imprescindible del trauma que presenta la paciente se ha convertido en certeza. A pesar de eso, las sesiones 4 y 5 han transcurrido sin novedad. Se pierde en divagaciones sobre la intensa repulsión que éste le produce.

Hoy, sin embargo, consigo focalizarla en un escenario que, creo, dará por finalizada su intensa búsqueda del porqué de su desapego e incomodidad hacia situaciones que para otro sujeto pudieran parecer de lo más cotidianas. “¿Cuántos años tienes, Esmeralda?“ “Éstos” (Nota: la paciente me enseña la mano indicando el número tres) “¿Dónde te encuentras, pequeña?” “En la fábrica. Huele mucho. Hay cocolate en los trastos. Gira y gira y gira… Mamá me trae muchas veces porque trabaja aquí. A veces quiero meter el dedo pero mamá siempre me grita mucho porque dice que hacen pupa. Pero hoy no me ha gritado. He comido tanto que hasta me duele la tripa. No me grita porque no está. ¿Mamá?¿ ¡Mamá!? No está. Los amigos de trabajar de mamá me encuentran llorando y la buscan también. No está […]” En este punto, los sollozos de la paciente distorsionan la coherencia de su discurso.

Diagnóstico: abandono infantil y posterior bloqueo del recuerdo. Detonante evocador: el chocolate.

jueves, 31 de enero de 2013

Els misteris de l’Oriol Holmes

Totes les tardes, quan em poso el barret de Sherlock que em va portar el rei Baltassar a casa la iaia Lourdes, segueixo amb les meves investigacions súper secretes. Em vaig fer detectiu privat fart de que la mama sempre em digués que era “massa petit per entendre algunes coses”.

Tot va començar quan els tiets es van canviar de casa. Jo no volia dir-los el que pensava de la nova, perquè últimament estan molt tristos i ploren sovint. Però és que la seva no era una casa normal i corrent com la nostra, ¡no senyor! La nostra és petita i és veritat que està prop del col·legi, però moltes nits la mama ha de marxar a dormir a la saleta d’estar per no sentir el soroll del carrer. En canvi la dels tiets... ¡aquella sí que molava! Tenien un jardí gegant, amb plantes, arbres, i ¡animals!

En canvi la nova... pfff. Està a un edifici trist i fosc i no té jardí. Però això no és el pitjor. Comparteixen la casa amb moltíssima gent. Un milió de persones, potser. Avorrides i amb cara de pomes agres. Ells  viuen a una habitació del quart pis i la comparteixen amb un senyor calb i la seva dona. Ni tan sols tenen un llit per cadascú, la tieta dorm a una cadira que es pot tombar cap enrere fent maniobres per no topar amb la paret. Un altra cosa molt estranya és que tenen criades. Jo ja n’he contat com cinc o vuit. Porten el menjar, netegen l’habitació i parlen en clau. Sovint ens fan sortir al passadís perquè li han de fer al tiet no-se-què i no-se-quantes. Són força manaires per ser criades.

Total, que jo li anava preguntant a la mama, però de seguida girava el cap per dissimular, tot i que jo sé que això ho fa per plorar sense que la vegi. I al final, sempre la mateixa cançoneta: “Oriol, ets massa petit per entendre aquestes coses”.

Així que vaig decidir descobrir el misteri pel meu compte i crec que ja estic a punt de tancar el cas. A veure:

- Comparteixen pis
- Ploren molt
- No treballen
- Repeteixen sovint “no hi ha res a fer”

Està ben clar el que passa aquí: els tiets, de sobte, s’han tornat pobres.

martes, 22 de enero de 2013

Querido yo

Querido yo del pasado:
He venido para avisarte. Soy tú. Lo he visto todo. Sé que es tarde, pero debo enseñarte algo. Coge el coche.

Querido yo del pasado:
Sé que has hecho trizas mi primera nota. Encontrarás más. Te lo dije, te conozco. ¿Te has preguntado dónde está tu mujer? Confía en mí, coge el coche.

Querido yo del pasado:
Comienzas a asustarte pero te pica la curiosidad. Piensas, “¿quién me ha preparado esta broma de mal gusto?” No es una broma, necesito que veas algo. Coge el coche.

Querido yo del pasado:
Bien, necesitarás un café para poder conducir de un tirón hasta la casa de la montaña. Está lejos y estás dudando. Nuestra absurda y monótona vida está a punto de cambiar. Decídete.

Querido yo del pasado:
Entra sigilosamente. Ella está aquí, pero no está sola. Lo sospechabas, pero no te atrevías a confirmarlo. Está aquí, está con él.

Querido yo del pasado:
Esa zorra te ha amargado la vida, pero no sabes cómo dejarla. Yo estoy de tu parte, ya lo he vivido. Estás asustado, pero la rabia empieza a dominarte. Haznos un favor y sube discretamente las escaleras.

Querido yo del pasado:
Están en la habitación del fondo. Puedes notar su presencia. Disfrutan haciéndote sufrir. Se ríen de nosotros mientras retozan en tu cama. La odias. Tu exasperación comienza a oscurecerte el alma.

Querido yo del pasado:
Sólo tienes que abrir la puerta y hacerlo. Líbrate de esa puta descarada. Mátala.

Querido yo del futuro:
No alcanzo a comprender cuál ha sido tu motivación para semejante treta. Quizás su carácter haya llegado en el futuro a límites inaguantables. Ya no tiene importancia, pues su sangre cubre ahora nuestra cama y parte de la alfombra. Acertaste, estaba aquí. Pero ella no tenía a nadie a su lado y yo no tenía tiempo para rectificar. De todas formas, te perdono. Eres yo, me lo debo. Espero seas tan magnánimo conmigo. Siento que tu vida penda de la mía, pero no podré soportar la culpa. Hasta nunca, futuro yo.

domingo, 20 de enero de 2013

Competencias

Muy señores míos:
Quisiera expresarles mi preocupación por el paradero de mi vecino, el señor Matías (anexo señas concretas en carta adjunta). Hace dos días que el susodicho no aparece por su domicilio y, considerando que no me consta que tenga familia, me inquieta la sospecha de que algo haya podido ocurrirle. Les ruego investiguen el paradero del mencionado.
Se despide atentamente,
Francisco Pardo.

Estimado señor Pardo,
Respondemos a su solicitud con número 233.241.789 comunicándole que el asunto que expone no es competencia del Ayuntamiento sino de la Policía Municipal.
Cordialmente,
Ayuntamiento de Torre La Nueva

Señores:
La policía insiste en convencerme de que la supuesta amante del señor Matías ha declarado que el aludido se ha mudado a las islas Fiyi. ¡Qué va a mudarse! ¡Si odia la playa! Cierto es que el piso estaba vacío cuando una patrulla se personó a comprobar el domicilio, pero a mí no me engañan. Oigo ruidos sospechosos por las noches. Algo grave ha sucedido.
Saludos,
Francisco Pardo.

Estimado señor Pardo,
Respondemos a su solicitud con número 233.241.945 comunicándole que el asunto que expone no es competencia del Ayuntamiento sino de la Policía Municipal.
Cordialmente,
Ayuntamiento de Torre La Nueva

Un olor nauseabundo llega desde el piso del señor Matías y gritos aterradores reclaman mi atención desde su rellano. ¡Ayúdenme! Hagan algo, ¡lo que sea!

Estimado señor Pardo,
Respondemos a su solicitud con número 234.110.004 comunicándole que el asunto que expone no es competencia del Ayuntamiento sino de la Policía Municipal.
Cordialmente,
Ayuntamiento de Torre La Nueva

Apreciados señores:
Como podrán comprobar, les escribo desde mi nuevo domicilio. Descanso mucho más tranquilo desde que logré acabar con el olor y las voces gracias al queroseno.
Atentamente les saluda,
Francisco Pardo.

lunes, 14 de enero de 2013

Adiós muy buenas

Me dirijo con paso firme a su despacho pero en cuanto llego a la puerta, las piernas
comienzan a temblarme y en un instante pierdo el coraje que he tardado semanas en adquirir. Intento recomponerme repitiéndome el mantra “hace falta valor, hace falta valor”. Cojo “aire” y golpeo la puerta.

–“¿Quién es?

–“Soy yo”, Peláez. Quería hablar con usted en privado.

Asomo la cabeza y su gesto afirmativo me invita a pasar. Ya está, ahora ya no hay vuelta atrás, “no hay nada que ahora ya puedas hacer”.

–Verá, señor Vila, quería hablarle de mi situación económica. Sé que son “malos momentos para” pedir este tipo de favores, pero estoy pasando un apuro financiero y…

–No puedo creer que estemos teniendo esta conversación, Peláez. Sabe por lo que está pasando la compañía.

Empezamos mal y yo que creía que esto era un buen plan.

–Sé que todavía tenemos un buen margen de beneficios –continúa Vila recordando su recién comprado Mercedes último modelo– pero, ¿por cuánto tiempo? La crisis nos acecha y no podemos permitirnos…

Me levantaré y le escupiré en la cara. Me aseguraré de darle una buena panorámica de mi trasero mientras le sugiero que se meta el margen de beneficio por su enorme y seboso culo. Sigue con su discurso de manual.

–Somos una gran familia. Y en las familias, lo importante es la unidad de sus miembros. “Juntos, cualquier situación” puede superarse. Por eso, Peláez, los egoísmos no tienen cabida en nuestra empresa.

Danzaré a su alrededor recordándole que es un “cabrón hijo puta” y no me importará amenazarle de muerte con el abrecartas. “Y bailaré sobre tu tumba”. Le propinaré una patada voladora que hará aterrizar su cuerpo en el suelo del despacho.

–Olvidaremos este incidente, Peláez, porque sé que sólo un mal día puede haberle llevado a proponer semejante osadía. Anda, vuelva a su puesto de trabajo y sea un miembro productivo.

Me levanto con mi dignidad hecha añicos. Pero antes de llegar a la puerta consigo recomponerla.

- Prepárame los papeles, maldito hijo de puta. No me esperes mañana. “¡Qué lástima, pero adiós! Me despido de ti y me voy”.

jueves, 10 de enero de 2013

Microrrelatos Cadena Ser II

Se lo advertí

- ¿Qué hace ahí fuera Lucas arañando la ventana? Tiene muy mala cara, mamá, deberíamos dejarle entrar.
- ¡Ni hablar! Me tiene harta. Le avisé de que si no estaba en casa antes de las seis se encontraría el pestillo echado y pierdo toda autoridad si no cumplo mis advertencias. ¿Qué culpa tengo yo de que el fin del mundo sea precisamente hoy?


Lo de siempre

- ¿Qué hace ahí fuera Lucas arañando la ventana con la piel verdosa y la sesera colgando? ¿Y por qué está la señora Onetti comiéndose al gato del vecino?
- Lo de siempre, un brote zombi infeccioso.
- ¿Otra vez? ¡Maldito cementerio nuclear! Acércame la escopeta, anda.


Secuestrados

- ¿Qué hace ahí fuera Lucas arañando la ventana de los Manfield? ¡Debería huir para buscar ayuda!
- ¿Adónde quieres que vaya? No hay más casas en diez kilómetros a la redonda, ¡estamos en medio de la nada, imbécil! Es la única forma de pedir auxilio antes de que el maníaco vuelva para controlar que todos seguimos en nuestras jaulas.
- ¡Mira, la puerta se abre! ¡Estamos salvados, ya está dentro!
- ¡Un momento! Botas de caucho rojo, jersey negro y gorra de béisbol… ¡Ese no era el señor Manfield! ¡Maldito hijo de puta, se ha cargado a los vecinos!


¿Leyenda urbana?

- ¿Qué hace ahí fuera Lucas arañando la ventana? Parece que esté garabateando algo en el vaho del cristal.
- V, E, N, G, O, N, Z, A. ¿Vengonza?
- ¡Venganza, atontado! Te dije que la broma no iba a hacerle ninguna gracia. Ha vuelto al Más Acá para perseguirnos de por vida.
- Joder, ¡qué rencoroso! ¿Cómo íbamos a saber nosotros que el mito de la Coca-Cola y los PetaZetas era real?


Indiferencia

- ¿Qué hace ahí fuera Lucas arañando la ventana?
- ¿Cómo puedes hacer esa pregunta, Elena? Está loco por ti, ya lo sabes. No le coges el teléfono, no le abres la puerta, no le diriges la palabra. Dice que no puede seguir viviendo si le rechazas una vez más. Dice que se tirará.
Elena levanta los hombros con indiferencia y devuelve la atención a su libro de recortes mientras él se precipita desde alféizar de su ventana.


Un lirio y un perdón

¿Qué hace ahí fuera Lucas arañando la ventana? Creí que no vendría después de lo que le hice. Me alegra que esté aquí, pero hace que me sienta culpable. Sin embargo termino relajándome, pues su cara no refleja rencor sino tristeza. Parece dudar de qué hacer a continuación, pero finalmente, lloroso y resuelto, saca de su mochila un lirio espachurrado y un cartel que puedo leer cuando pega al cristal de mi ventanilla. “Te perdono”. Vuelo atropelladamente hacia el andén y nos abrazamos sollozando. “¡Viajeros al tren!” La voz estridente me devuelve al asiento. No hay Lucas. No hay lirio espachurrado. No hay perdón.

jueves, 3 de enero de 2013

La fi del món

    Plou cendra. El cel és una barreja impossible d’obscuritat i foc; l’ambient, de gemecs i silenci. Esclats, destrucció; acaballes, esgotament, final.

      Obro els ulls i tot es difumina. Mentre recobro la consciència observo que tot roman serè al seu lloc habitual. Estudio el retall de cel que s’intueix des del meu llit. No hi ha cendra ni foc. La claredat és encegadora i els sons, els acostumats.

    Però hi ha alguna cosa nova. No a l’habitació ni al cel ni a l’ambient. Dintre meu. És difícil de descriure. Un neguit, un inconformisme. Mentre tot estava malament, jo jeia sense intervenir, veient passar les circumstàncies. “No puc fer res”, em repetia. Mai més. Potser no ha arribat la fi del món que anunciaven, però no restaré indiferent mentre esdevé el veritable desenllaç.

    Resolt, estiro el llençol arrugat i groguenc i hi esbosso amb contundència la paraula que em crema dintre. “PROU”. Surto al balcó decidit a compartir-la amb una energia insòlita.

    Quedo garratibat. Les façanes s’han tornat invisibles. Milers, milions de llençols penjants anuncien que el món, tal com el coneixíem, ha acabat aquesta nit.