lunes, 29 de octubre de 2012

Un jersey entre camisetas

No era necesario esperar al diagnóstico. Sabíamos que algo iba mal, muy mal.

Siempre había sido una mujer extremadamente organizada. Podía pasarse horas reordenando la casa: cajones, despensa, aparadores,… Todo seguía rigurosos criterios de catalogación que, en la mayoría de casos, sólo ella comprendía. La ropa se clasificaba según temporada, forma, tejido y color; los libros según tamaño y temática; las copas según material y finalidad; y un largo etcétera que la mantenía ocupada constantemente. Así, era ella la única encargada de mantener la casa adecentada, ya que ninguno de nosotros era suficientemente meticuloso para su gusto. Nunca pude determinar si para ella se trataba de una tarea agradable o de un penoso hábito inevitable.

Conociendo la armonía obsesiva de mi madre se comprenderá el susto que me llevé el día que encontré un jersey de lana entre mis camisetas de algodón. Habría sido absurdo darle la menor importancia en cualquier otro caso. Pero en el suyo, se trataba de un síntoma preocupante que debía ser tomado muy en serio.

A partir de ese día, se hizo cada vez más habitual encontrar indicios de que la mente de mi madre perdía lucidez. Al principio eran sutiles. Un yogur recién caducado en la nevera, un pequeño libro de autoayuda entre las gruesas novelas de terror, una copa de cava entre las de vino… Pero fueron acentuándose con el tiempo hasta el punto de encontrar cubiertos entre la ropa interior o libros en la despensa.

A simple vista, mi madre podía parecer una persona completamente sana, sin ningún problema de salud físico ni mental. Pero para nosotros era más que evidente que algo había dejado de funcionar en su mente y por eso la llevamos, en contra de su voluntad, a la consulta del doctor Martín. No era necesario esperar al diagnóstico. Sabíamos que algo iba mal, muy mal. Aquella misma semana nos vimos obligados a trasladarla, por recomendación médica, a un centro psiquiátrico a las afueras de Madrid, donde permaneció hasta el final de sus días intentando en vano recuperar el orden en su vida.

lunes, 22 de octubre de 2012

Érase una vez

Érase una vez un joven príncipe que no quería volver.

Bailes tediosos, fiestas interminables, cenas eternas, impostura perpetua; delicadas doncellas casaderas, calculadoras madres ansiosas, intachables sirvientes entregados, soporíferos músicos de cámara; narices empolvadas, corsés apretados, peinados imposibles, maquillajes impecables; ideas vacuas, cerebros vacíos, sentimientos forzados, almas frías; falsas miradas, falsas modestias, falsa complicidad, falso deseo.

Érase una vez un joven príncipe encantado con su encantamiento.

Paisajes plagados de vasta naturaleza; páramos inundados de charcas purificadoras; libertades que nunca antes había conocido; plenitud al saberse por fin dueño de una vida auténtica; infructuosos esfuerzos evitando cualquier ínfimo contacto con su anterior existencia.

Érase una vez una muchacha buscando a su príncipe azul en una charca.

Érase una vez un beso no deseado, un hechizo roto y un sapo obligado a regresar a su artificial realidad.

lunes, 15 de octubre de 2012

¿Estás vivo?

        Me invita a pasar y nos sentamos en el sofá. He venido a matarla, pero ella no lo sabe. Inicia una conversación banal, de cortesía. Me oigo a mí mismo participando, con respuestas igual de triviales. La habitación se desdibuja, no recuerdo que todo fuera tan borroso cuando llegué. No debería haber bebido antes de venir. Ni siquiera a ella puedo verla con claridad, todo son formas, luces y sombras. Estoy confuso. De repente, todos los motivos que me han traído a esta casa comienzan a perder sentido y me pregunto si seré capaz de hacerlo.

        Me siento solo en la habitación. Sé que ella está aquí, interactuando con mi “yo automático”. Una conversación insípida, intrascendente, anodina. Como todas las que ella mantiene. Los motivos que me han traído a esta casa vuelven a definirse. Una persona vacía, sin vida interior. Así es mucha gente joven de hoy en día. Su mayor preocupación es dónde será la próxima fiesta, o si sube el precio de las copas. La situación del resto del mundo no tiene la mayor importancia. Ella es para mí la representación de este tipo de personas. Los que luchamos, tenemos la lacra de convivir con gente como ella. Necesitamos una masa crítica que nunca llega, pues están ocupados en su estúpida vida social.

        La rabia ha vuelto por completo. La temperatura empieza a subir, el calor se hace palpable. Las sombras a mi alrededor adquieren electricidad, puedo ver las chispas con total precisión. Ésta es la sensación que me ha llevado a coger el cuchillo más grande de mi cocina y esconderlo en la mochila. Si no está con nosotros, no estará con nadie. Le clavaré el cuchillo con todas mis fuerzas. La degollaré. Y con su sangre, dejaré un mensaje al mundo entero: “¿Estás vivo o simplemente respiras?”.

        Pero, ¿cómo he llegado a este punto? Tengo que descansar o me volveré completamente loco. El impulso de haber cogido el cuchillo ya ha sido una insensatez. No puedo culparla a ella de nuestro fracaso. Estos pensamientos me tranquilizan y, poco a poco, me devuelven a la habitación. Las paredes vuelven a adquirir claridad y voy enfocando la realidad que me rodea. Pero ella ya no está sentada a mi lado. Tengo la sensación de haber estado muy lejos de aquí y, sin embargo, no me he movido del sofá.

        Algo en mi mano derecha me llama la atención. Es el cuchillo impregnado de sangre. El horror me invade mientras las paredes de la habitación se hacen más y más estrechas. En un momento, la pared de enfrente está tan cerca que puedo leer con claridad: “¿Estás vivo o simplemente respiras?”.

domingo, 7 de octubre de 2012

¿En qué puedo ayudarle?

"Buenas tardes, bienvenido a Davofone. Le atiende Teresa. ¿En qué puedo ayudarle?"

"Disculpe, caballero, pero no entiendo lo que me dice. ¿Cuál es el motivo de su llamada?"

"¿Algo terrible? ¿A qué se refiere, señor? Oiga, creo que se ha equivocado…"

"Siento ser grosera, pero voy a colgarle. ¿Se trata de una broma de mal gusto?"

"¿Qué? ¿Suicidarse? Dios mío, ¡no cuelgue! ¡NO CUELGUE! Tranquilícese un poco, señor…"

"Señor Díaz, tranquilícese. Tome aire. Estoy segura de que sea cual sea su problema, tiene solución. Quizá debería llamar a algún familiar, un amigo,… Alguien que pueda aconsejarle y acompañarle en estos momentos."

"¡No, no cuelgue! No se lo tome así, señor Díaz. Lo que quería decir es que quizá alguien más cercano a usted podrá comprender mejor su situación…"

"¿Nadie? ¿Tiene familia? ¿No está usted casado?"

"Entonces, ¿no puede hablar con su mujer? Seguro que ella lo comprenderá, sobre todo teniendo en cuenta que salta a la vista que está usted muy arrepentido de lo que…"

"¡¿QUÉ?! ¿Cómo que sangre? ¿De qué está usted hablando? Vamos a ver, señor Díaz. Estoy comenzando a asustarme de verdad. ¿Qué ha sucedido? ¿Está bien su mujer?"

"¡Dios mío! Tiene usted que llamar a una ambulancia inmediatamente para que puedan…"

"¿Muerta? Pero ¿qué es lo que ha hecho? Ay, Dios mío… Señor Díaz, creo que debería llamar a la policía. Ellos se encargarán de todo, no complique más su situación."

"¡Debe hacerlo! ¡Ha matado a su esposa! ¿Cree que nadie se dará cuenta? Además, me está llamando usted desde un teléfono móvil y su número queda registrado en nuestro sistema. Así que si no llama a la policía usted mismo, lo haré yo."

"¡Tienen sus métodos! Hoy en día estamos localizados a todas horas, nuestros datos están registrados por doquier. Seguro que podrán obtener su dirección a partir de su teléfono móvil. Quizá hasta llamen a este mismo número para pedirnos sus datos si es usted de nuestra compañía."

"¡¿Vimostar?! Pero si tienen unas tarifas carísimas y sus ofertas son una estafa… ¿A cuánto le cobran el minuto?"

"Señor Díaz, ¡eso es un atraco! Davofone le ofrece una tarifa de 3 céntimos minuto a cualquier teléfono móvil, llamadas a fijos gratuitas. Además le regalamos un Konia C215 último modelo por sólo 30 euros."

"Sabía que le interesaría. No se retire, señor Díaz, le paso con el departamento de ofertas."