martes, 11 de diciembre de 2012

Microrrelatos Cadena Ser

La última esperanza

Antes de que vuelva papá todo debe estar preparado. El padre Genaro se muestra plenamente convencido de poder persuadirle para que comprenda que éste ya no es su sitio. Aparatos, reliquias, escritos, velas e incienso. Mi subconsciente señala la insensatez del intento pero consigo acallarlo argumentando que ya hemos agotado las opciones lógicas, las medianamente razonables y las que apenas rozaban la prudencia. Diálogos improductivos, discusiones sin sentido, chillidos de desesperación, aporreos al vacío, vallas en el jardín y hasta tapias en las ventanas. Nada ha conseguido ahuyentar a mi padre. Definitivamente, el exorcismo es nuestra última esperanza.


Eterna espera

Antes de que vuelva papá”. Esta frase se repetía constantemente en casa como un mantra enquistado en nuestra pueril rutina. Recuerdo escucharla desde muy pequeña. O quizá, a fuerza de oírla se fue infiltrando hasta colarse en mis más tempranas memorias. Mi madre nos mantenía en un estado de preparación continua para cuando él regresara. Siempre aseadas, bien vestidas, con las tareas hechas y la casa a punto. Nuestra infancia transcurrió en una angustia perenne esperando a que la puerta se abriera y reapareciera nuestro supuestamente amado pero más bien desconocido padre. La verdad es que nunca regresó y jamás supimos por qué.


El té de la inocencia

Antes de que vuelva papá –advierte la pequeña Ana a sus invitados. Dispuestos a su alrededor, sus adorados peluches, con la atención propia de quien escucha un discurso cautivador. Todos toman té obedientemente y saben que deben terminárselo antes de que el jefe esté de regreso. Carmen observa desconsolada a su pequeña, demasiado inocente todavía para comprender las razones que la llevarán a romperle el corazón. La ropa de su marido reposa en el contenedor, sus documentos se desvanecen en la lumbre y el nuevo cerrojo atestigua que ya no es bienvenido en el hogar. Ese bastardo no volverá.


Disciplina familiar

Antes de que vuelva papá, la casa estará limpia y ordenada, la cena aguardará dispuesta sobre la mesa y el mando a distancia habrá sido liberado. Observarán cada detalle con angustia expectante, cualquier indicio que pudiera enfurecer a su padre. Habitualmente el señor Suárez procederá sin siquiera percibir la presencia familiar. Sólo en algunos casos advertirá satisfecho la férrea disciplina doméstica llegando incluso, aunque en contadas ocasiones, a felicitarlos por ella. Pero los que denominan días malos, habrá gritos, llantos, porrazos y cardenales. Por desgracia para la familia Suárez-Figueroa, los días malos se sucederán cada vez con mayor frecuencia.

domingo, 2 de diciembre de 2012

El dibujante y la escritora

     Retoma su trabajo después de finiquitar el cigarrillo. El cenicero rebosante y el ambiente cargado indican que no es el primero ni tampoco será el último. El entorno lúgubre y descuidado del estudio no es el más indicado para atraer a las musas, pero combina a la perfección con el aspecto desaliñado del dibujante. 

   Como inventor de realidades, alimenta excentricidades difíciles de comprender, supersticiones asociadas a su forma de trabajar. Persianas bajadas, luz blanca, pluma MontBlanc y tinta color blue royal. Su aspecto no responde a absurdas rarezas, sino a demasiadas horas dedicadas al proceso de invención. Arrastra amplias lagunas mentales que el ilustrador achaca a exprimir su imaginación con demasiada avidez. 

     Recupera la estilográfica y empieza a garabatear la siguiente viñeta. Traza su rostro, que conoce de memoria, y la sitúa sentada en su mesa de jardín, enfrascada en las teclas de su máquina de escribir. La estilográfica confiere movimiento a sus dedos y le obsequia con un precioso día primaveral. En contraste con su realidad, perfila para ella un escenario abierto y luminoso y le otorga un aspecto pulcro e impecable.

     Sin embargo, le confiere un atisbo de preocupación en la mirada. Ella también está angustiada por el destino de su obra. Los acontecimientos se suceden en su novela de forma natural, como si ella no pudiera intervenir para evitarlos, y éstos parecen dirigirse a un predecible y oscuro final para su protagonista. Bruno es un esquizofrénico descontrolado incapaz de distinguir la realidad de su prolífica imaginación. Aun con su aspecto desaliñado, puede parecer un tipo normal. Y lo fue mientras mantuvo su enfermedad a raya en los inicios de la historia, pero fue desbocándose con el desarrollo de la ficción. En este punto del relato, cuando Bruno sufre momentos de enajenación, la realidad se transforma en el escenario de sus fantasías más macabras.

     Una lágrima se dibuja con trazos inseguros en la mejilla de la escritora. Sabe que debe acabar con él. Bruno lo prepara todo para abandonar el mundo de la ficción. Pero justo antes de dar el salto se le ocurre que debería dejar una nota de despedida. Los lectores se merecen una explicación. Vuelve a su estudio lúgubre y descuidado, con el cenicero rebosante y el ambiente cargado. Se sienta en su mesa y, con las persianas bajadas, luz blanca, pluma MontBlanc y tinta color blue royal esboza su viñeta final.

sábado, 24 de noviembre de 2012

La diosa de las tinieblas

    El inusual resplandor rojizo de la bóveda celeste hacía presagiar que algo grave se cernía sobre el destino de los hombres que, refugiados en su ignorancia, admiraban el brillo imposible de la diosa Luna.

    -¡Oh maldita rutina! Mi belleza dejó de hechizarle y mi cuerpo de satisfacerle. No valía la pena despertar del sueño eterno para vivir una mentira. ¡Eso dijo, hermana Eos! Él, que vivía sólo para mí, cuya perpetua presencia sucedió gracias a mi intercesión. ¡Eso dijo mi amado Endimión!

    Los lamentos de Selene, majestuosa divinidad lunar, retumbaban en todos los rincones del cosmos. Su hermana Eos la escuchaba atentamente, pero no había consuelo posible, pues su pecado era demasiado grande y sus actos demasiado desdeñables para merecer piedad. Pero la comprendía. Endimión era su vida y él despertaba de su calma eterna sólo para estar en brazos de Selene.

   Pero Cronos cumplió impasible su papel y la cruel huella del tiempo pisoteó incluso a su bella hermana. Selene trató de justificar que ya no era la misma. “¡Cómo va a quererme, desearme, idolatrarme! ¡No tengo luz propia! Sólo brillo bajo el deseo expreso de mi hermano Helios, subsistiendo a base de sus desechos lumínicos; vacía, mediocre.”

    Acudió a quien podría devolverle la fascinación de su amado, a quien podría darle un halo luminoso que volviera a cegar a Endimión. Pero Zeus se negó. “¿Acaso crees que mi misión eterna consiste en hacer tu voluntad? ¿Acaso has olvidado que la inmortalidad de tu amante se debe a una de tus demandas?” Tampoco Poseidón estaba dispuesto a ayudarla, así que acudió al último hermano con poder suficiente para satisfacer sus deseos.

    Hades rechazó su petición de inmediato. Nada tenía que ofrecer Selene, y era de sobras conocido el afán egoísta del dios de las tinieblas. Pero después de meditar en qué podría beneficiarle la desesperación de la diosa, Hades consideró que bien podría usarla para engrandecer su ejército del inframundo. “Forjaré la joya más brillante que hubieras visto jamás, cuyo resplandor será imperecedero. Pero Selene, esa luz sólo se materializa en un ser, y necesito que seas tú quien la traiga.” Sus peores vaticinios se concretaron en la petición de Hades. “Debes matar a tu hermano Helios. Sólo así podré usar su claridad para envolverte con ella”.

   Así de cruel es el amor incondicional, el que ciega y desespera. Una triste daga y la sorpresa de recibirla de la mano de su propia hermana bastaron para apagar al dios Sol. Hades forjó para Selene su alhaja refulgente y le devolvió en un fardo el cuerpo ensangrentado y mortecino de su querido hermano.

  "¡Oh joya! ¡Oh objeto precioso!” Esa noche, la luna llevaba a rastras su saco de sangre, enfermo animal, por encima de las luces del puerto, donde confluyen los tres reinos, cosmos, infierno y mar. Desconsolada lloraba Selene al comprender que sin su hermano Helios, sin el orden vital del universo, había condenado a la humanidad a las tinieblas eternas del inframundo de Hades, obcecada por su afán egoísta de recuperar el amor.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

L'últim cop

L’últim cop que et vaig veure jugaves al teu joc preferit. Concentrada, ràpida, resolta.

L’últim cop que et vaig veure jeies al teu llit impol·lut. Estirada, quieta, cansada.

L’últim cop que et vaig veure mantenies la teva calma habitual. Resignada, serena, pacient.

L’últim cop que et vaig veure, no sabia que era l’últim.

Si ho hagués sabut, potser t’hagués donat les gràcies. Per ser acollidora, riallera, entregada.

Si ho hagués sabut, potser t’hagués agafat la mà. Per acompanyar-te, confortar-te, alleujar-te.

Si ho hagués sabut, potser t’hagués dit com eres d’important. Per la família, els amics, la feina.

O potser no va fer falta agrair, tranquil·litzar ni explicar.

Alguns silencis ho expressen tot sense necessitat de dir res.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Despertar

Sucedió de repente, sin previo aviso. Al principio fue una idea fugaz, pero una vez plantada la semilla de la sospecha, no dejó de crecer. Me di cuenta de que se perdía. Percibí que hacía años que sucedía, simplemente no me había percatado.

Terminó por convertirse en una obsesión. Lo buscaba sin descanso. Estudiaba horarios, confeccionaba agendas, espiaba rutinas. Pregunté a conocidos, hablé con los expertos, encontré a personas con el mismo dilema. Le seguía los pasos de cerca, pero nada parecía aproximarme a la solución del enigma.

Aquella tarde de marzo, mientras realizaba con desgana una de mis soporíferas tareas en la oficina, la respuesta me atizó con tanta claridad como lo había hecho la pregunta. Lo había enfocado todo al revés. La importancia estaba en la calidad, no en la cantidad.

Vacié mi piso, me mudé a otra ciudad, cambié de vida. Busqué mi vocación y me aferré a ella sin compasión.

Aquel día recuperé mi tesoro más preciado. Recuperé mi tiempo.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Cristal quebrado

Glassman se quejaba amargamente por lo que él consideraba su forzada decadencia. Era una protesta recurrente que adquiría cada vez más fuerza según Augusto Mendoza continuaba su trabajo. Intentaba justificarse mientras sus dedos volaban sobre la vieja Olivetti.

–Es inevitable –argumentaba Augusto–. Debemos evolucionar. Sé que es duro para ti, pero tu metamorfosis es inapelable.

–Tuve que esforzarme al máximo para ganarme un puesto en el mundo de los súper héroes – continuó. Era inútil intentar dialogar con él, ni siquiera le estaba escuchando–. A día de hoy, la ciudad de Toggam no sería la misma sin mí, soy una pieza fundamental en la lucha por la justicia.

–Sabes que nuestros seguidores no opinan igual. Ayer mismo estuve en una reunión en la que tuve que soportar números de ventas decadentes durante una hora. Créeme, no fue fácil.

– ¿Qué importa eso? Formábamos un gran equipo y me traicionas por un puñado de euros, es insultante. Me has abocado a una vejez prematura.

Frenó momentáneamente su incesante tecleo. Conocía esta conversación y sabía que era el momento de hacer memoria. Viejos días de gloria que, inevitablemente, no volverían.

–Los villanos huían despavoridos con sólo oír mi nombre. Mi valentía, mi empuje, mi sed de venganza. Era uno de los grandes. Y ahora… –irremediablemente, la habitual segunda parte de su discurso– poderes erráticos, tentaciones malignas, desequilibrio emocional, aspecto descuidado, desorientación mental. ¡Así no se puede luchar contra el crimen!

Cuando Augusto ya daba por finalizada su acostumbrada pataleta, Glassman continuó, más determinado que nunca.

–Lo he decidido, Augusto. No quiero seguir así. He venido a pedirte que me mates.

Augusto quedó atónito. Ante el silencio de su compañero y artífice de batallas, prosiguió.

–Me gustaría morir conservando la poca dignidad que me queda. No quiero ser testigo mudo de mi propio declive. Te lo suplico, mátame, Augusto.

Le costó un tiempo resolver su lucha interna por mantener vivo a Glassman. Pero terminó por llegar a la conclusión de que éste tenía razón. Lo haría, lo mataría cuanto antes. Quizá todavía pudiera darle una muerte que le hiciera salir por la puerta grande. Decidido, la siguiente sería su última publicación.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Nanorrelatos: modo ráfaga

Última lección

Comprendió la eficacia de la inmediatez del fin al darse cuenta de que sus problemas no eran tales, décimas de segundo después de que sus pies se abalanzaran hacia el vacío.


Mentiras de ayer y de hoy

- ¿Pero para qué sirve este infierno?
- ¡Peláez! ¡Atiende! Los logaritmos van a serte muy útiles en la vida.


Identidad

Si no fuera por ti, nunca habría llegado a ser yo.


Declaración de desamor

- ¡Cásate conmigo!
- ¿Para qué?
- Para que al menos podamos culpar a la rutina del matrimonio.


Caos

Me arrepiento. Actúo. Pienso. Soy así, desordenada por naturaleza.


Ley de vida

Crecerás. Partirás lejos. Lo superarás todo. Y en unos años volverás para jactarte de sus fracasos.


Inconsciencia

¿Competitivo? ¡Jamás! ¿Un duelo? ¡A muerte!


Remansos de paz

Si no fuera porque soy pacífica, ahora mismo te arrancaba los ojos. Ommmmmm.


Ante todo, coherencia

Odio las injusticias sociales que radican en las perversiones del sistema capitalista. Ponme otra Coca-Cola.

lunes, 29 de octubre de 2012

Un jersey entre camisetas

No era necesario esperar al diagnóstico. Sabíamos que algo iba mal, muy mal.

Siempre había sido una mujer extremadamente organizada. Podía pasarse horas reordenando la casa: cajones, despensa, aparadores,… Todo seguía rigurosos criterios de catalogación que, en la mayoría de casos, sólo ella comprendía. La ropa se clasificaba según temporada, forma, tejido y color; los libros según tamaño y temática; las copas según material y finalidad; y un largo etcétera que la mantenía ocupada constantemente. Así, era ella la única encargada de mantener la casa adecentada, ya que ninguno de nosotros era suficientemente meticuloso para su gusto. Nunca pude determinar si para ella se trataba de una tarea agradable o de un penoso hábito inevitable.

Conociendo la armonía obsesiva de mi madre se comprenderá el susto que me llevé el día que encontré un jersey de lana entre mis camisetas de algodón. Habría sido absurdo darle la menor importancia en cualquier otro caso. Pero en el suyo, se trataba de un síntoma preocupante que debía ser tomado muy en serio.

A partir de ese día, se hizo cada vez más habitual encontrar indicios de que la mente de mi madre perdía lucidez. Al principio eran sutiles. Un yogur recién caducado en la nevera, un pequeño libro de autoayuda entre las gruesas novelas de terror, una copa de cava entre las de vino… Pero fueron acentuándose con el tiempo hasta el punto de encontrar cubiertos entre la ropa interior o libros en la despensa.

A simple vista, mi madre podía parecer una persona completamente sana, sin ningún problema de salud físico ni mental. Pero para nosotros era más que evidente que algo había dejado de funcionar en su mente y por eso la llevamos, en contra de su voluntad, a la consulta del doctor Martín. No era necesario esperar al diagnóstico. Sabíamos que algo iba mal, muy mal. Aquella misma semana nos vimos obligados a trasladarla, por recomendación médica, a un centro psiquiátrico a las afueras de Madrid, donde permaneció hasta el final de sus días intentando en vano recuperar el orden en su vida.

lunes, 22 de octubre de 2012

Érase una vez

Érase una vez un joven príncipe que no quería volver.

Bailes tediosos, fiestas interminables, cenas eternas, impostura perpetua; delicadas doncellas casaderas, calculadoras madres ansiosas, intachables sirvientes entregados, soporíferos músicos de cámara; narices empolvadas, corsés apretados, peinados imposibles, maquillajes impecables; ideas vacuas, cerebros vacíos, sentimientos forzados, almas frías; falsas miradas, falsas modestias, falsa complicidad, falso deseo.

Érase una vez un joven príncipe encantado con su encantamiento.

Paisajes plagados de vasta naturaleza; páramos inundados de charcas purificadoras; libertades que nunca antes había conocido; plenitud al saberse por fin dueño de una vida auténtica; infructuosos esfuerzos evitando cualquier ínfimo contacto con su anterior existencia.

Érase una vez una muchacha buscando a su príncipe azul en una charca.

Érase una vez un beso no deseado, un hechizo roto y un sapo obligado a regresar a su artificial realidad.

lunes, 15 de octubre de 2012

¿Estás vivo?

        Me invita a pasar y nos sentamos en el sofá. He venido a matarla, pero ella no lo sabe. Inicia una conversación banal, de cortesía. Me oigo a mí mismo participando, con respuestas igual de triviales. La habitación se desdibuja, no recuerdo que todo fuera tan borroso cuando llegué. No debería haber bebido antes de venir. Ni siquiera a ella puedo verla con claridad, todo son formas, luces y sombras. Estoy confuso. De repente, todos los motivos que me han traído a esta casa comienzan a perder sentido y me pregunto si seré capaz de hacerlo.

        Me siento solo en la habitación. Sé que ella está aquí, interactuando con mi “yo automático”. Una conversación insípida, intrascendente, anodina. Como todas las que ella mantiene. Los motivos que me han traído a esta casa vuelven a definirse. Una persona vacía, sin vida interior. Así es mucha gente joven de hoy en día. Su mayor preocupación es dónde será la próxima fiesta, o si sube el precio de las copas. La situación del resto del mundo no tiene la mayor importancia. Ella es para mí la representación de este tipo de personas. Los que luchamos, tenemos la lacra de convivir con gente como ella. Necesitamos una masa crítica que nunca llega, pues están ocupados en su estúpida vida social.

        La rabia ha vuelto por completo. La temperatura empieza a subir, el calor se hace palpable. Las sombras a mi alrededor adquieren electricidad, puedo ver las chispas con total precisión. Ésta es la sensación que me ha llevado a coger el cuchillo más grande de mi cocina y esconderlo en la mochila. Si no está con nosotros, no estará con nadie. Le clavaré el cuchillo con todas mis fuerzas. La degollaré. Y con su sangre, dejaré un mensaje al mundo entero: “¿Estás vivo o simplemente respiras?”.

        Pero, ¿cómo he llegado a este punto? Tengo que descansar o me volveré completamente loco. El impulso de haber cogido el cuchillo ya ha sido una insensatez. No puedo culparla a ella de nuestro fracaso. Estos pensamientos me tranquilizan y, poco a poco, me devuelven a la habitación. Las paredes vuelven a adquirir claridad y voy enfocando la realidad que me rodea. Pero ella ya no está sentada a mi lado. Tengo la sensación de haber estado muy lejos de aquí y, sin embargo, no me he movido del sofá.

        Algo en mi mano derecha me llama la atención. Es el cuchillo impregnado de sangre. El horror me invade mientras las paredes de la habitación se hacen más y más estrechas. En un momento, la pared de enfrente está tan cerca que puedo leer con claridad: “¿Estás vivo o simplemente respiras?”.

domingo, 7 de octubre de 2012

¿En qué puedo ayudarle?

"Buenas tardes, bienvenido a Davofone. Le atiende Teresa. ¿En qué puedo ayudarle?"

"Disculpe, caballero, pero no entiendo lo que me dice. ¿Cuál es el motivo de su llamada?"

"¿Algo terrible? ¿A qué se refiere, señor? Oiga, creo que se ha equivocado…"

"Siento ser grosera, pero voy a colgarle. ¿Se trata de una broma de mal gusto?"

"¿Qué? ¿Suicidarse? Dios mío, ¡no cuelgue! ¡NO CUELGUE! Tranquilícese un poco, señor…"

"Señor Díaz, tranquilícese. Tome aire. Estoy segura de que sea cual sea su problema, tiene solución. Quizá debería llamar a algún familiar, un amigo,… Alguien que pueda aconsejarle y acompañarle en estos momentos."

"¡No, no cuelgue! No se lo tome así, señor Díaz. Lo que quería decir es que quizá alguien más cercano a usted podrá comprender mejor su situación…"

"¿Nadie? ¿Tiene familia? ¿No está usted casado?"

"Entonces, ¿no puede hablar con su mujer? Seguro que ella lo comprenderá, sobre todo teniendo en cuenta que salta a la vista que está usted muy arrepentido de lo que…"

"¡¿QUÉ?! ¿Cómo que sangre? ¿De qué está usted hablando? Vamos a ver, señor Díaz. Estoy comenzando a asustarme de verdad. ¿Qué ha sucedido? ¿Está bien su mujer?"

"¡Dios mío! Tiene usted que llamar a una ambulancia inmediatamente para que puedan…"

"¿Muerta? Pero ¿qué es lo que ha hecho? Ay, Dios mío… Señor Díaz, creo que debería llamar a la policía. Ellos se encargarán de todo, no complique más su situación."

"¡Debe hacerlo! ¡Ha matado a su esposa! ¿Cree que nadie se dará cuenta? Además, me está llamando usted desde un teléfono móvil y su número queda registrado en nuestro sistema. Así que si no llama a la policía usted mismo, lo haré yo."

"¡Tienen sus métodos! Hoy en día estamos localizados a todas horas, nuestros datos están registrados por doquier. Seguro que podrán obtener su dirección a partir de su teléfono móvil. Quizá hasta llamen a este mismo número para pedirnos sus datos si es usted de nuestra compañía."

"¡¿Vimostar?! Pero si tienen unas tarifas carísimas y sus ofertas son una estafa… ¿A cuánto le cobran el minuto?"

"Señor Díaz, ¡eso es un atraco! Davofone le ofrece una tarifa de 3 céntimos minuto a cualquier teléfono móvil, llamadas a fijos gratuitas. Además le regalamos un Konia C215 último modelo por sólo 30 euros."

"Sabía que le interesaría. No se retire, señor Díaz, le paso con el departamento de ofertas."